Arranqué en julio de 2019 esta serie sobre el abuso de poder en la policía con una columna de introducción: La policía sin controles. La discusión del tema desgasta e incomoda, pero no deja de ser central para promover el buen funcionamiento de una organización esencial en cualquier sociedad.
Como todas las organizaciones de policía que operan en sociedades con altos niveles de conflictividad social, la Policía Nacional de Colombia (PONAL) no es una organización impoluta ni transparente. Creer ciegamente que lo es implica albergar el abuso y dar pie a que todo siga igual.
Refiriéndome a la PONAL manifesté en la columna de apertura que : “(l)a organización es refractaria y ha logrado exitosamente evadir controles y negar patrones de trasgresión que afectan a toda la organización”. En esa misma entrega, cerré manifestando que el conocimiento público sobre el funcionamiento y la dinámica de la PONAL era muy limitado, y que por ello la organización procedía sin controles.
En las columnas siguientes – Abuso de poder y policía (1 a 4) – reflejé: (1) las razones por las cuales el abuso de poder en la policía merece especial atención; (2) el amplio abanico de conductas abusivas que se perpetran bajo el manto del poder policivo; (3) las formas en las cuales el secretismo se instala en la policía y obstaculiza el control externo; y (4) el margen de discrecionalidad bajo el cual operan los policías y que facilita que el abuso de poder pase desapercibido.
Obviamente, queda mucho por abordar, especialmente en relación con las causas, por ejemplo: las deficiencias en los procesos de selección del cuerpo de policía; el estatus social disminuido de los agentes de policía y la discriminación que experimentan; el uso de formas abusivas y violentas en los procesos de entrenamiento y socialización de los reclutas; la inculcación de valores simplificados que conducen a la intolerancia social; la existencia de una cultura organizacional que encumbra al machismo y sublima la fuerza como expresión máxima de poder; la irradiación del cinismo moral como mecanismo de defensa de los policías expuestos a situaciones extremas; la exaltación a la obediencia y la anulación de la individualidad; la irradiación de modelos predatorios en las dinámicas de patrullaje; y muchas más.
Los esquemas de abuso de poder son muy variados; además, son volubles y se adaptan al cambio de circunstancias. Estos responden a distintos niveles de la organización, están motivados por razones heterogéneas (que, en algunos casos, pueden resultar contradictorias), tienen consecuencias disímiles, y se realizan con distintos grados de conocimiento. Aunque hay situaciones de abuso de poder que se ordenan de manera explícita (de arriba hacia abajo), la mayoría de estas tienen lugar como parte de una larga cadena de prácticas y costumbres que se extienden bajo un manto de conformidad en la organización.
Al tratarse de prácticas generalizadas, estas no se frenarán mediante la sanción a unos cuantos policías torcidos. Los policías torcidos no llegan a la organización; predominantemente, la cultura, el ambiente de trabajo y las reglas del juego tuercen a los policías (Punch 2009). En la mayoría de los casos, los policías no arman ni estructuran los arreglos abusivos; se encuentran con estos y los asumen. Las prácticas de abuso de poder en la policía son sistémicas, requieren soluciones organizacionales y profundas. Si no se abordan, perdurarán.