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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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Acompañarse de uno mismo

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Este país ha hecho algo inadmisible por muchos colombianos. Aparte de contagiar de un miedo aterrador a ciertos transeúntes y viajeros, ha hecho, como si fuera poco, que la soledad de un hombre sea vista con sospecha. Cada vez menos, parafraseando a Whitman, los seres humanos se celebran a sí mismos, son capaces de vagabundear ociosos sin cargo de conciencia, de observar a las anchas “una brizna de hierba del estío”.

Andar solo en Colombia, caminar sin rumbo por las calles de este país, al parecer, no es una opción. Perderse, construir un rumbo incierto, detenerse cuando se quiera, casi raya con la locura. No hay nada más sospechoso para una sociedad que un hombre solo y sin afán. Aquí lo que está bien visto es no mirar y llegar siempre a un punto. Pero transite usted despacio los alrededores de un edificio o de una calle cualquiera, quédese sentado mucho tiempo en las estaciones del metro para que le caiga el afán de los vigilantes o de los policías y lo saquen por sospechoso.

“Conócete a ti mismo”, es la frase que no ha podido olvidar la historia, pero muchos hombres sí. Cuando alguien termina por conocerse, sabe lo que quiere y lo aborda con seguridad; cuando no, estúpidamente busca que los otros le digan quién es. El pastiche no puede ser peor. Se va a todas partes, pero en realidad no se llega a ningún lado, se le dice a todo sí cuando en realidad lo único que se quería era decir no. Se va a misa cuando solo se quería meditar en un templo. Cada vez más se actúa según lo que los otros esperan de nosotros. Las respuestas están dadas por lo “políticamente correcto”, según los intereses, según lo que el otro quiere escuchar. El criterio pierde fuerza cuando no somos capaces de asumir las consecuencias de nuestra sinceridad. Una respuesta sin rodeos es un pensamiento, es una reflexión, y esta no puede venir de otra parte que de la soledad. Quien le teme a la soledad es porque se desconoce.

Lo curioso es que en la medida en la que se quiere y se aprende a vivir solo se desea sinceramente estar con alguien. A un lado queda la hipocresía, ahora el diálogo arde, se comparten las ideas, lo visto, lo imaginado. Algo queda después de estar con uno mismo si ese mismo no se aburre de ser. El problema es cuando la gente se busca y no se encuentra o cuando se camufla entre las engañosas compañías.

“¿Para dónde vas? A andar el mundo y a buscar con quién”, decía alguien popularmente sabio, muy cercano a mi corazón. Y ese quién se encuentra en bicicleta, en un cafetín de buena o mala muerte, en una biblioteca, en un bus, en un bosque, en la sala oscura del teatro, en una banca olvidada, en ese espacio reducido que es el mundo 

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