La primera vez que me pagaron por escribir algo fue en mis últimos años del colegio. Entre mis amigos, empecé a vender tareas, casi siempre ensayos para Español y Sociales. Vendía caro, entre cinco y diez mil pesos. Además de remunerado, era entretenido: el ejercicio de lograr que cada ensayo tuviera un punto de argumentación opuesto para despistar a los profesores lo hacía retador. Tiempo después, a mis 24 años, recibí este mes por primera vez un pago no ilegal por algo que escribo: por columnas para este periódico. Una pequeña victoria que me pone un paso más cerca de mi añorado pero todavía lejano lema de vida: ser lector de profesión, escritor de vocación e ingeniero matemático y economista en los ratos libres.
Pero poco me duró la satisfacción personal. Se atravesó ante mí la cruzada del hombre colombiano contemporáneo: actualizar el RUT. Muisca, la página de servicios en línea de la Dian, es la definición de diccionario de diseño hostil. Luego de muchos intentos y frustraciones, de más de un día ensayando desde varios navegadores y de que me chupara unos años de vida el esperpento estético que es la plataforma de la Dian, encontré el problema de raíz que me bloqueaba realizar ese trámite soviético: Muisca no funciona si el idioma del computador no es español. Un hecho así debería ser argumento suficiente para que a Colombia le quitaran el derecho a ser miembro de la Ocde. ¿Cuántas novelas no habría escrito Kafka mientras lidiaba con la frustración de no poder hacer efectiva una cuenta de cobro por verse impedido para actualizar el RUT?
Aún con la existencia de Muisca, algunos funcionarios del gobierno dicen que somos la “Silicon Valley de Latinoamérica”. Queremos ser la capital del emprendimiento y la innovación, pero al extranjero que llega a El Dorado le toca sentirse como si tuviera encima una circular roja de la Interpol mientras se monta clandestinamente a un Uber en un parqueadero lejano. Somos Silicon Valley, pero para entrar al país hay que gastar 73 horas tratando de descifrar cómo se destraba el celular para llenar Check-Mig, que nadie supo para qué sirvió. Igual que CoronApp, que pasó de ser el ejemplo del gobierno en “modo #startup” a un cascarón sin ninguna función. Silicon Valley, pero con cédulas ampliadas al 150 %, que casi siempre, en realidad, acaban estando a 127 %, 137 % u otra escala que sea más fácil de configurar. El país donde nos inventamos el pico y género y donde celebramos en 2019 que se instalara un “semáforo inteligente”. Si aquí desarrollamos la app de Bancolombia, ¿cómo no ser Silicon Valley?
Mi día a día son los números. Se parece más a lidiar con cosas como Muisca y a criticar Silicon Valley —tanto al criollo como al de verdad—. Esta columna es un personaje exagerado, un desquite, un mecanismo contra el estrés. Por eso mismo compensa tener que actualizar el RUT. Y por eso mismo, solo bajo su propio riesgo, tómese lo que aquí se escribe demasiado en serio