En mínima reciprocidad por seguir en circulación, y por instrucciones de mi coach transaccional y circunstanfláutico, me permito consignar algunos agradecimientos:
En el esternocleidomastoideo doy gracias a las presas que me acompañan desde que mamá Geno me desalojó del hotel cinco estrellas que habité nueve meses sin pagar arriendo.
No sé qué habría sido de mí si a los tres años no me encuentro en la huerta de mi casa con un espantapájaros. Me despertó a la vida. En mi refugio urbano siempre me acompañan fotos y un espantapájaros de carne y paja comprado en el mercado de las pulgas. Nos damos los coronavíricos besitos de los buenos días y las buenas noches.
Cuando empezó a desatar palabras, un pequeñín aclaró que en la noche cabe todo lo que no cabe en el día. Copiándome del bajito digo que en la calle ocurre todo lo que no pasa en casa. Nunca tendré con qué pagarle sus servicios a la calle, el mejor cuarto del apartamento.
¿Cómo no darle las gracias a la señorita Esilda que me enseñó a juntar vocales y consonantes? Eso de que m con a, suena ma, fue el primer deslumbramiento que tuve. Celebro que Albert Camus, en su discurso en Estocolmo, le dedicara el Nobel a su maestra de escuela. Esa dedicatoria vale para todas ellas.
Como eterno novel aplastateclas le dediqué a la señorita Esilda “De anonimato nadie ha muerto”, mis memorias de reportero que nunca se vendieron pirateadas en el semáforo. Convertirme en best seller quedó aplazado para próxima reencarnación, si esta no me la dan en plata.
Con las 30 letras que me enseñó he podido levantar para los garbanzos: a, b, c, ch, d, e, f, g, h, i, j, k, l, ll, m, n, ñ, o, p, q, r, rr, s, t, u, v, w, x, y, z.
Estoy en deuda perpetua con mis diez dedos. No hay dedos vagos en mis manos. Nunca fui chuzógrafo.
No fue fácil para mí aprender a amarrarme los cordones. Algo ocurrió en el universo y cualquier día amanecí con esa habilidad. Y con la de silbar. No lo podía creer cuando me sonó la flauta.
La destreza de amarrarme los cordones me serviría luego para hacerme el nudo de la corbata cuando renuncié a tumbar el establecimiento y me incorporé a él como contribuyente y constituyente primario.
Gracias a la vida que nunca me puso frente a frente con Trump. Me evitó hacérmele el loco para no saludarlo. Ahora, si me encuentro a Fray Ramón Franco, agustino recoleto, lo invito a trago y viejas, por haberme enseñado el abc del ajedrez.
La conocí un domingo, no hablamos de pasión, “le pregunté su nombre”, como en la canción de Leo Dan. De las llamadas telefónicas que le hice quedan dos hijos y cuatro nietos. Seguiremos persiguiendo el sol