No importa cómo hayan muerto los soldados esta semana en el Cauca. Emboscada, asalto, contraemboscada, dormidos... de cualquier forma el resultado es terriblemente trágico y triste. Las Farc fueron las responsables de la muerte de once hombres y 20 más heridos, atacados con tatucos, granadas, fusiles, justo en momentos en que descansaban y se protegían de la lluvia en un polideportivo en la vereda La Esperanza, en el municipio de Buenos Aires.
Los 40 soldados cumplían su tarea de controlar la minería ilegal y vigilar un paso obligado de la coca de los grupos ilegales hacia el Pacífico colombiano, corredor estratégico, el Alto Naya, para el transporte de drogas y armas. Según fuentes conocedoras de esa región, la columna móvil de las Farc, que apoya al frente sexto al mando de Juvenal, tiene como función proteger a los traficantes, pues los grandes capos les pagan generosas sumas de dinero.
Lo dicho deja en evidencia las contradicciones constantes del secretariado de las Farc -e incluso de algunas ONG-, que permanentemente hacen lobby en los países europeos, denunciando la violación del Derecho Internacional Humanitario por parte de los gobiernos colombianos de turno.
Esta guerrilla, tanto con este acto terrorista como con muchos otros del pasado, ha demostrado que nada le cuesta ser una tremenda abusadora del DIH. Es un crimen de guerra, de acuerdo con los términos del derecho internacional, y según palabras del propio fiscal Montealegre. Es un homicidio a persona protegida; más allá del tecnicismo jurídico, es un vil asesinado fuera de combate.
Y el Fiscal ha dicho: no pueden ser indultados ni amnistiados y el proceso no prescribe. Eso, en una coyuntura de negociación de paz, representa un gran escollo, pues los mismos integrantes de las Farc han dicho que no pagarán un día de cárcel.
El triste hecho se suma a las suspicacias que rodean el proceso de paz, particularmente porque esta guerrilla ha incumplido los pactos de muchos otros acercamientos. En el Caguán, por ejemplo, aprovechó el despeje de un gran territorio para tomar aire, delinquir y secuestrar a civiles y militares. Ahora, con lo ocurrido en el Cauca, muchos colombianos perdieron esa poca credibilidad en el proceso.
Los enemigos de la negociación en La Habana, los que lo son de frente y también los que lo hacen solapadamente, usan situaciones como ésta para minar la negociación, polarizar al país y poner en jaque al presidente Santos. Las Farc no dan muestras concretas de querer la paz, no han comprendido que hace apenas unos años millones de colombianos salieron a las calles con pancartas que rezaban “No más Farc”. El rechazo multitudinario sigue ahí, y, a pesar de éste, los guerrilleros llegaron a la mesa de negociación en La Habana. La tenacidad del presidente Santos y los avances con una agenda concreta, lograron sortear esa mala imagen y dar pasos nunca antes vistos hacia la paz. Pero hoy, con este hecho criminal, hubo un gran traspié.
Es hora de intensificar los diálogos en vez de debilitarlos. Acompañar al presidente Santos y demostrarle que Colombia quiere la paz y que no está dispuesta a permitir más la guerra. Aprovechemos este momento doloroso, marcado por la pérdida lamentable de nuestros compatriotas, para gritarle a las Farc que así no es, que ésta es su última oportunidad. Que es ahora, o nunca.