Corrupto... eres lo peor que existe. Cómo no pensar eso si te has robado hasta lo impensable sin consideración ni arrepentimiento.
Si se trata de la plata para la nutrición de los niños, ahí estás. No te importa dejar que pasen hambre. Dinero para la educación, para mejorar una carretera, para hacer una gran obra de infraestructura, ponerle internet a las escuelas, qué más haces, le echas mano.
La lista de tus mañas es infinita. Tragas sin miedo a la indigestión y poco te importan las consecuencias de tu apetito insaciable. Claro, qué te van a importar, si con tus colegas te echas al bolsillo unos $ 40 billones al año. ¿Leíste bien? Por si lo olvidaste, te repito: $ 40 billones. Plata robada, plata que se esfuma del mundo legal y que te vuelve un indeseable para la sociedad, así te creas importante.
Quizás lo que te preocupa es otra cosa. Por ejemplo, debes estar inquieto por lo que pueda pasar con Emilio, no por aquello del pesar que causa verlo enredado otra vez con la justicia, íngrimo, reducido a un imputado común y corriente sin la importancia que tanto demandan los de tu tipo. Tu preocupación pasa por la incomodidad que genera el hecho de que se estén ventilando las intrincadas marrullas que con tanto esfuerzo y filigrana has creado con la cofradía de corruptos. ¡Por Dios, qué irá a pensar la gente!
Claro, es que de vez en cuando aparece un amago de que el caminado se te puede enredar y perder tu gran esfuerzo para convencer a cientos de personas de que hagan parte de tu juego sucio. ¿Sabías que tu oficio no distingue estrato o ideología política? Eso dice un estudio de la Universidad Nacional donde se concluye que cualquier ciudadano puede caer a tus pies y comportarse como tú lo haces, es decir, como lo más indeseable que pueda existir. Piensa en cada una de las jornadas de trabajo con políticos y servidores públicos a quienes abrazas con tus cálidos pero sanguinarios tentáculos cargados de bilis, esos mismos que, por sacar una tajada, te ponen en bandeja el erario y los impuestos pagados por millones de personas, quienes, como yo, cumplen con sus deberes.
Debes estar muy orgulloso de lo que has logrado. Claro, ser poderosamente oscuro no se gana de un día para otro. Pero ahí está la diferencia, nunca vas a brillar. Entonces, recuerdo algo que escribió Juan Gossaín para explicar tu oficio: “la corrupción, además del cuerpo, mata también el alma y las esperanzas, destruye sueños e ilusiones, destroza los principios morales de la sociedad, acaba con la salud, con los presupuestos, con la educación y la comida, con la familia y las amistades”.
No infles pecho. La naturaleza tramposa de tu oficio te hará caer y, cuando eso pase, convéncete de que más allá de la condena que recibas, cargarás con un escarnio mayor: Darte cuenta de lo repugnante que eres para la sociedad