El día que se acabe el virus caerán poco a poco las caretas. Será difícil, porque esta prenda entró a sus anchas en los talleres de los modistas estirados. Hay personas que las exhiben por la calle como artículos de marca. Otros pintan en ellas rasgos de su idiosincrasia, dientes, camuflados, alas, consignas políticamente correctas.
A todas les llegará la hora del museo. Al comienzo los vecinos deberán presentarse de nuevo, “mucho gusto, soy fulano de tal”. Eso, ya que el tapaboca se había vuelto un componente corriente de la cara, la segunda naturaleza viral de la existencia. Reflorecerá la sonrisa, abolida desde tiempos en que las enfermedades eran selectivas.
Mentón y nariz saldrán a flote, desde la negación en que yacían sepultadas por la asepsia. Las antiguas señas de identidad pública tomarán de nuevo esa gestualidad que las hace irrepetibles. El género de las personas volverá a ser claro, y no esa cavilación que hoy asalta a los demás en los cruces esquineros.
Los países igualmente recobrarán su paisaje centenario. Colombia, por ejemplo, no dará ocasión de confusión. Seguirá reconociéndose como el país de las masacres. Cuando los periódicos y noticieros del mundo informen sobre los litros de sangre derramada, nadie dudará de que esos desplomados son muertos colombianos, así lleven máscaras sobre los potreros póstumos.
Cuando termine el coronavirus se podrá reír sin precauciones. Nadie lo alejará a usted como leproso. Las carcajadas de toda la vida tendrán otra vez salvoconducto y reciprocidad. Las fuerzas del orden no podrán sacar un millón de multa por mostrar la hilera de dientes de la picardía.
A continuación de la pandemia vendrá la campaña electoral. Otra pandemia, tan amenazadora como la que mató a medio mundo. Será la primera contienda política después de la devastación universal. Ya no habrá delfines sino subdelfines. Los lavadores de activos no se quedarán pasivos. Los perpetradores de masacres seguirán ambicionando más acres.
El aviso de “Se Arrienda” pululará en locales de comerciantes arruinados, en los pisos altos de quienes debieron alejarse hacia barrios embarrados. En la bolsa de valores de países es probable que sobre el nombre de Colombia no aparezca la etiqueta de “Se Vende”. Es probable, pues lo más seguro es que ya esté vendida.