Alexander von Humboldt fue uno de estos extranjeros que, al desembarcar en las playas del continente latinoamericano en 1799, se arrodilló en contemplación de su extraordinaria naturaleza. Andrea Wulf, quien escribió una biografía importante sobre Humboldt (La Invención de la Naturaleza), destaca que al llegar al continente este científico prusiano se empapó del paisaje tropical. “Todo era nuevo y espectacular. Cada ave, cada palmera, cada ola anunciaba la grandiosidad de la naturaleza’”. Fue tal su asombro que Humboldt escribió en una carta, “corremos de un lado a otro como locos”. Quedó fascinado. La de Humboldt fue una actitud hacia la naturaleza radicalmente distinta a la de otros extranjeros que llegaron al continente con el propósito de conquistar, dominar, arrasar, y explotar; en lugar de exaltar su belleza, la humillaron, en lugar de celebrarla, la saquearon.
La visión de Humboldt es que todo en la naturaleza está interconectado. Creía en su unidad e integridad. “La naturaleza es una totalidad viva”, escribía Humboldt. Hablaba de una “profusión universal con la que se distribuye la vida en todas partes”. Había una sola vida derramada sobre las piedras, las plantas, los animales y los seres humanos, aclara Andrea Wulf explicándonos la visión que tenía este explorador y naturista. Humboldt concebía a la naturaleza “como un entramado en el que todo estaba relacionado”. Para describir esta realidad acuño el termino Naturgemälde.
Por esta visión unitaria de lo creado, Humboldt también mantuvo una actitud de maravilla hacia las culturas nativas. De hecho, si la gran mayoría de los europeos consideraban a las poblaciones originarias como a unos bárbaros, Humboldt en cambio admiraba su cultura, sus creencias, sus lenguas. Por el contrario, hablaba de “la barbarie del hombre civilizado”, frente al tratamiento que colonos y misioneros daban a la población local. Humboldt consideraba que los pueblos originarios eran grandes observadores y conocedores de la naturaleza y quedó fascinado por su culto a ella.
Humboldt fue también el primero que relacionó al colonialismo con la destrucción del medio ambiente. Criticó con fuerza la explotación del subsuelo para la minería, la ganadería intensiva y la deforestación en favor de los monocultivos. Como lo resalta Andrea Wulf en su libro, Humboldt “criticaba el reparto injusto de tierras, los monocultivos, la violencia contra los grupos tribales y las condiciones de trabajo de los indígenas”. Doscientos años más tarde, estas prácticas económicas siguen vigentes, y son también las causantes de la crisis climática que hoy todos padecemos.
El filósofo alemán Walter Benjamin vio en el “Ángel de la Historia” del artista Paul Klee una metáfora del progreso. El ángel mira con horror a los escombros que se acumulan a sus pies, mientras que el viento del progreso sopla sus alas, empujándolo hacia el futuro. La provocación de Benjamin es de repensar el progreso como un retorno al origen. Es la misma invitación que nos hace Humboldt; vernos como parte de la naturaleza y no separados de ella, de no seguir explotándola, como si fuéramos sus patrones, sino de cuidarla. Humboldt nos invita a repensar profundamente nuestras prácticas económicas, de producción y de consumo.