Una tarde se me bloqueó el computador. Un experto informático me dio la solución arriesgada pero eficaz: “Dale un reset, así pierdas archivos, que no hay más remedio”. El consejo surtió efecto. Sacrifiqué no se cuántos contenidos, pero el aparato volvió a arrancar y, como ven, sigue funcionando. Resetear, permítaseme el neologismo, equivale a reiniciar, recomponer, barajar y volver a repartir, borrar y abrir cuenta nueva. El ser humano, la sociedad, el mundo entero va a tener que resetear cuando sobreviva a la amenaza devastadora del virus innombrable. Serán inmensas las pérdidas en todos los frentes de la vida. Pero no habrá más remedio. Llámese nuevo orden mundial, revaluación de las ideas, actitudes y costumbres y, ojalá, resurgimiento de la conciencia solidaria y despertar de la justicia social.
Hablemos de una catarsis total. A la hora de la verdad, de un reset moral y ético, de un reajuste, una recomposición del modo de ver las responsabilidades de cada uno consigo mismo, con los demás prójimos y lejanos y con el planeta. El estado catártico ha de entrañar una purificación. Como decían los pensadores antiguos y lo sostienen los contemporáneos, las emociones se libran de suciedad cuando se afrontan circunstancias terribles, situaciones y noticias espeluznantes. Lo que ha venido sucediendo, y lo que todavía se teme con el virus innombrable, produce el efecto de catarsis.
Quisiéramos un reajuste, un reset, “una segunda oportunidad sobre la tierra”. Y cada cual siente el intenso conato de corregir todo lo malo y transformarse para ser mejor, o menos malo siquiera. Cada cual, en su vida individual, familiar y social, se ilusiona con que termine esta noche de pesadilla y alumbre la luz de un nuevo día, el amanecer radiante y promisorio, que propicie la depuración, la ocasión de barajar y volver a repartir, de abrir una cuenta nueva. La catarsis de los filósofos. El reset de los informáticos. Los grandes propósitos, la transformación social y humana, y todo lo que esa limpieza general comporta.
Me conmovió la escena del viernes a la hora del Ángelus meridiano: El Papa, solitario, en una Plaza de San Pedro vacía, mientras presidía la sublime ceremonia de bendición a la ciudad y al mundo. Me instan a reflexionar los conceptos coincidentes de tres pensadores que leo con afecto y respeto: Adela Cortina, Byung-Chul Han, Yuval Noah Harari. Los tres han dicho en estos días lo que muchos pensamos y quisiéramos que así sucediera: El mundo no será igual cuando pase el virus. Tiene que aproximarse una catarsis, una depuración general para que surja un hombre nuevo con una estructura moral y ética invulnerable, un reset universal superior al que recomendó el experto informático. Alistémonos. No habrá más remedio.