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Melquisedec Torres
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Melquisedec Torres

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Ambiciosos y bobos

Por Melquisedec Torres - @Melquisedec70

La estafa piramidal bajo la engañosa oferta de invertir con ganancias fijas en ganado gordo, en la que cayeron miembros de la élite bogotana, junto con la reaparición pública del avezado delincuente David Murcia Guzmán (DMG), revive en la memoria del país la crisis de 2008 cuando centenares de miles de ambiciosos e incautos cayeron en el embrujo del dinero fácil. Las cifras oficiales dan cuenta de 72 pirámides y 337 negocios ilegales vinculados con estas, a través de 241 personas naturales y 168 jurídicas en 487 puntos de todo el país.

Según las reclamaciones aceptadas por el Estado en sus intervenciones de la Supersociedades, la estafa fue de 2.3 billones de pesos a 762 mil personas que alegaban ser víctimas. Pero, según el aforismo latino Nemo auditur propriam turpitudinem allegans, nadie puede alegar o ser escuchado en juicio por su propia torpeza, o querer aprovecharse de su propio dolo.

Deberían bastar la honestidad y el sentido común para no caer en este embrujo, al que nunca le llamarán pirámide; sus hábiles promotores la anunciarán como gran inversión, Forex, oportunidad, multinivel de consumo masivo, mercadeo en red, fidelización y cuanto nombre pueda desviar la atención de sus verdaderos propósitos.

La estafa a gran escala con modelo de pirámide o “Esquema Ponzi” tiene más de 150 años de historia en el mundo. Aunque la hizo famosa el italiano Carlo Ponzi en los años 20 del siglo pasado, por lo menos desde mediados del siglo XIX hubo estafas así en Europa y Estados Unidos, incluso relatadas por Charles Dickens. Y seguirán existiendo pues siempre habrá incautos y ambiciosos dispuestos a arriesgar su dinero bajo promesas absurdas de jugosos beneficios garantizados; a estos no les importa saber, o no saben, que sus ganancias – si las obtienen – serán producto a su vez de la estafa a otros varios miles que comparten su ambición. Se estima que no más del 3% de quienes “invierten” en una pirámide logran la utilidad prometida; el restante 97% pierde su dinero para beneficiar al 3%, que opera como eficaz anzuelo, y a los delincuentes promotores del esquema.

En cuanto a DMG, la más conocida, su crecimiento y sostén fue posible gracias a que su gestor se rodeó hábilmente de impolutos abogados de alta alcurnia, como el exprocurador Jaime Bernal Cuéllar o el grandilocuente Abelardo De La Espriella, de expertos tributaristas como Guillermo Fino, de políticos y una amplia red de relacionistas públicos, incluyendo reconocidos periodistas y farándula criolla. El grueso de estos cómplices de Murcia nunca rindió cuentas a la justicia, pese a que recibió multimillonarios beneficios producto de la misma estafa piramidal. En esencia, la captación de dineros del público no era más que la fachada de una gigantesca operación de lavandería del narcotráfico, tal como lo estableció la justicia de EE.UU. al condenar a Murcia a 10 años de cárcel.

Felipe Rocha, el que estafó a sus amigos ricos bogotanos con el cuento del ganado gordo, es otra muestra de que la ambición y la bobería suelen ir de la mano, no importan los estratos ni los estudios. Y los seguirán tumbando.

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