En 1971, luego de 4 períodos en el Congreso, el ambicioso Donald Rumsfeld aspiraba a un cargo importante en el gobierno de Richard Nixon, tal vez en la OTAN o como subsecretario de asuntos africanos o latinoamericanos. Nixon, interesado en su futuro, le dio este consejo: “América Latina no importa... la gente no da un comino por América Latina, Don”. A algunos les parecerán injustas y equivocadas sus palabras, pero de falta sentido práctico no pudo acusarse a Nixon.
Pero más duro es reconocer que a América Latina le importa menos el mundo, salvo que sea para pedirle limosna.
Como las pruebas son muchas y el espacio es corto, mencionaré solo un ejemplo. El reciente estudio liderado por la Organización Mundial del Comercio y otras instituciones, “The Global Value Chain Development Report 2019”, analiza el poderoso impacto económico de las cadenas globales de producción, señalando que más de dos terceras partes del comercio mundial se realiza en cadenas de valor que cruzan al menos una frontera durante la producción y, a menudo, muchas más. Pero sobran dedos en la pata de un Bradypus variegatus (especie de perezoso tridáctilo), para contar la presencia de América Latina en dicho informe.
El modelo de sustitución de importaciones propuesto por la Cepal el siglo pasado y mantenido durante décadas de manera artificial, configuró una raquítica infraestructura ombligocéntrica y una clase política y especialmente empresarial, mediocre, acostumbrada a atender mercados locales sin necesidad de ser eficientes, sin importarles un comino el mercado mundial.
Cuando la realidad rompió esas burbujas a punta de quiebras, unas ya ocurridas y otras en camino, decidieron pensar en otros mercados. Pero la miopía que les dejó el modelo cepalino extendido, les sigue impidiendo ver lejos. Ningún país subdesarrollado ha sacado masivamente gente de la pobreza en las últimas décadas dedicándose exclusivamente al mercado local, ni siquiera regional.
Seguimos convencidos de que los mercados vecinos son la salvación y que la integración que importa es la regional. Por eso somos miembros o fundadores de pendejadas como Unasures o ahora Prosures.
Hablan de encadenamientos, pero siguen empeñados en que sean con los colindantes. Las cadenas son tan buenas como el eslabón más débil, y por eso los que están encontrando opciones reales son quienes en vez de hacerse miembros de un clúster local o regional, se convierten en eslabones de un clúster global. En esos encadenamientos, sus miembros no son escogidos por ser vecinos sino por ser los mejores del mundo en una parte del proceso. En ellos la eficiencia y no la amistad o cercanía, son los factores determinantes.
Aunque sea triste decirlo, los que entendieron en este país la realidad de la economía mundial, no fueron los “altos ejecutivos” de nuestros grupos económicos, sino los narcos. Ellos supieron desde el principio que debían ser eslabones de organizaciones trasnacionales globales, regidas por la eficiencia, no por la distancia, para atender mercados globales y no solo “multilatinos”.