De mi biblioteca tomé las memorias de Viktor Frankl, El hombre en busca del sentido. Lo releí, buscando lecciones que me ayuden a lidiar con lo que estamos viviendo. Las observaciones que el autor comparte, sobre su terrible experiencia en varios campos de concentración, nos dan perspectiva y nos entregan algunas lecciones fundamentales.
A Viktor Frankl le llevó solo nueve días escribir sus memorias. Después de pasar tres años en campos de exterminio y trabajo, regresó a Viena. En 1946 se enteró de que los nazis habían matado a su esposa, padres, hermano y a muchos de sus amigos. A pesar de esta tragedia, no dejó que esto determinara el significado de su vida. Él estableció su propio concepto de vida. A medida que Viktor Frankl descendía cada vez más en el infierno del holocausto, reconoció que tenía que abandonar su vida pasada. Tuvo que divorciarse de ella. Frankl decidió vivir dentro la nueva realidad en la cual se encontraba. En ese momento, todo lo que quedaba era su mera existencia.
De repente se dio cuenta de que podía prescindir de los hábitos y de las cosas que alguna vez pensó eran esenciales. Recordó las palabras de Dostoievski: “Un hombre puede acostumbrarse a cualquier cosa”. A medida que la realidad externa se volvía cada vez más horrible, Viktor Frankl observó que aquellos que pudieron sobrevivir al holocausto recurrían a su vida interior, a la espiritualidad. “Pudieron retirarse de su terrible entorno a una vida de riqueza interior y libertad espiritual”, escribió. Este cambio de enfoque, del exterior al interior, los ayudó a apreciar los eventos diarios simples, como un atardecer, breves momentos de descanso, y la belleza natural. Esos fueron momentos de atención plena. Los momentos más simples se convirtieron en una fuente de alegría. “En mi mente, tomé viajes en autobús, abrí la puerta principal de mi departamento, contesté mi teléfono, encendí las luces eléctricas. Nuestros pensamientos a menudo se centraron en esos detalles, y estos recuerdos podrían conmoverlo a uno”.
Cuanto más nos centramos en las circunstancias externas, más estaremos a su merced. Renunciamos a nuestro poder personal y, como resultado, caemos rehenes del miedo y de la ansiedad. En cambio, cuando recurrimos a nuestra vida interior, podemos concentrarnos en el momento presente. Es en el “aquí y cómo” donde damos sentido a nuestra vida y experiencia. Cuando nos sintonizamos con nuestra vida interior, reclamamos también nuestro poder personal. El significado que le damos a nuestra vida y sus eventos configura la actitud hacia las circunstancias de la vida. Viktor Frankl escribió: “Es una cuestión de actitud que uno toma hacia los desafíos y las oportunidades de la vida, tanto grandes como pequeños”. Al notar que varios prisioneros pudieron preservar su humanidad y mostrar empatía y compasión incluso en las circunstancias más atrevidas, Frankl observó: “Al fin y al cabo queda claro que el tipo de persona en la que se convirtió el prisionero fue el resultado de una decisión interna, y no el resultado de las influencias del campo solo”. Los estoicos dirían, amor fati; amar el destino de uno.