Querido Gabriel,
¿Eres de Medellín, en Colombia, eres paisa?, pregunta alguien, con cierta preocupación. Antes de responder, pienso que este origen contiene varias contradicciones: orgullo y miedo, desafío y cansancio, belleza y horror. A veces respondo con la historia del Ulrica, de Borges, en la que ser colombiano es un acto de fe y añado que crecer en Antioquia ha sido, para muchos, un acto heroico. Otras veces tengo más paciencia y resumo lo mejor que puedo la historia que he aprendido con Juan Luis Mejía y Jorge Orlando Melo, una de trabajo y emprendimiento, de exploración de ríos, mares y montañas, de amor por la naturaleza, la cultura y la belleza, de empresarios, líderes comunitarios e intelectuales trabajando juntos, de lo público y lo privado construyendo sociedad. Una historia compleja, como todo lo humano, llena de victorias y derrotas, riqueza y desigualdad, desarrollo y violencia, avances y retrocesos. ¿Conversamos sobre Antioquia y su identidad, la antigua y la moderna, la que muere y la que emerge?
Que a uno lo llamen paisa duele un poco, es como una amputación, porque híper simplifica nuestras múltiples, ricas y bellas identidades. Convierte la diversidad natural, étnica y cultural de esta zona del mundo en un estereotipo, en una caricatura. Algunos, incluso, gozan reforzando esto, y hay otros que creen, en el resto de Colombia y otros lugares del mundo, que acá todos somos machistas, egocéntricos, toma-trago, católicos recalcitrantes, conservadores, colonizadores. No en vano, quizá sea por esto, algunos se burlan diciendo que la vida del colombiano es la lucha del hombre contra el paisa. En el Chocó, por ejemplo, a todos los de piel más clara, forasteros y colonos les dicen, sin importar el origen ni la lengua que hablen, con resentimiento y temor, simplemente “paisas”.
Pero si queremos construir una nueva identidad, con lo mejor del pasado, dejando atrás lo que ahora nos limita, no la encontraremos afuera de las fronteras sino dentro de nuestros corazones. “No dejaremos de explorar, y el fin de toda nuestra exploración será llegar donde empezamos y conocer el lugar por primera vez”, escribió T. S. Eliot. ¿Cómo crees que nos podemos conocer por primera vez, como propone el poeta? Quizá podamos afinar la mirada, cambiar el enfoque para ver más allá del prejuicio.
Ojalá no sea una identidad desde el ego, de los mejores para tal cosa ni los ejemplos mundiales de tal otra. Nos burlamos, generalizando también injustamente, de los egos brasileros, argentinos, chilenos y venezolanos, para ahora repetir como zombis: “la más innovadora...”. Tal vez sea mejor hablar de antioqueños que de paisas, es más amplio y está menos atado al pasado, es un término más libre, más limpio, que podemos llenar amorosamente de sentido, como artesanos de lo mejor que podemos ser.
Pensemos en cómo sumar la humildad al orgullo, el emprendimiento social al espíritu negociante, el arte a la empresa y la ética del cuidado a la idea del progreso. Conversemos sobre cómo transmutar religiosidad en espiritualidad, amor por el campo en reverencia por la naturaleza, orgullo paisa en generosidad antioqueña. Esta semana le leí esto a Jacqueline Novogratz, en su Manifiesto para una revolución moral, y quizá nos pueda inspirar en la tertulia: “Debemos complementar la audacia que creó al mundo como lo conocemos con una nueva humildad, más a tono con nuestra interdependencia”. Que nuestro deseo, con todo cariño y amor por nuestra tierra y la gente que la habita sea que, algún día, cuando nos pregunten si somos paisas, digamos, con seguridad, sonriendo: antioqueño, por favor.
* Director de Comfama