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“Rata contagiosa”: este fue el mensaje que encontró en su carro una médica de Barcelona cuando bajó al garaje de su urbanización para ir a su trabajo, hace dos semanas. El mensaje estaba pintado con enormes letras negras sobre las puertas de su auto, al que además le pincharon dos llantas.
En Filipinas, un enfermero que iba por la calle con su uniforme fue atacado por vándalos que le rociaron cloro y lo dejaron ciego. En India, un grupo de médicos que iban a atender una emergencia fue perseguido por una turba que les lanzó piedras. En ese mismo país, varias enfermeras fueron atacadas con piedras, escupidas y amenazadas de ser violadas cuando cumplían una misión para atender pacientes infectados de coronavirus.
En México, varias enfermeras fueron atacadas brutalmente en al menos 21 ocasiones por ―supuestamente― “propagar” el virus. Muchas ya no usan sus uniformes fuera de los hospitales por temor a ser lastimadas.
En Guadalajara, una auxiliar quirúrgica salió a pasear a sus perros con su uniforme. De pronto, la insultaron desde un carro y le lanzaron un líquido. Este resultó ser un compuesto de cloro. Ella sufrió dermatitis en el cuello y el hombro y conjuntivitis, por contacto, en un ojo.
En San Luis Potosí, un par de niños le lanzaron jugos y gaseosas a una enfermera en una parada de autobuses. “No te nos acerques”, le gritaron. Cuando ella les pidió que no le faltaran al respeto, la madre de los niños le dio un garrotazo. La enfermera tuvo que ser atendida en un hospital con dos dedos fracturados.
En Colombia, son incontables las agresiones y humillaciones que han recibido los trabajadores de la salud. En Cali, un médico fue expulsado de un conjunto de apartamentos al que se había mudado recientemente. En Montería, una enfermera fue atacada por un grupo de motociclistas. Uno de ellos lanzó su moto contra ella y la tiró al piso. Dos días más tarde, una tecnóloga hospitalaria fue golpeada por un grupo de vándalos en el barrio La Aurora, en Medellín. Ella tuvo que ser trasladada a un centro médico para tratar las heridas que recibió. En Sabaneta, dos empleados de urgencias odontológicas que acudieron a atender una emergencia fueron agredidos por algunos vecinos de una unidad residencial que les lanzaron huevos y los intimidaron, obligándolos a abandonar el sitio.
En Bogotá, Barranquilla, Sincelejo y otras ciudades de la costa Atlántica, los conductores de autobuses públicos pasan de largo en las paradas cuando ven personas vestidas con uniformes blancos. Transmilenio, la empresa de autobuses públicos de Bogotá, se vio obligada a abrir 11 rutas preferenciales para los trabajadores de la salud.
También en Bogotá, un médico recibió amenazas contra su vida y la de su familia si no abandonaba el conjunto residencial en que vivía, situado en un exclusivo barrio del norte. Después de enviarle mensajes en los que le advertían que asesinarían a su esposa e hijos si no abandonaba el edificio, en la madrugada del lunes lanzaron piedras contra las ventanas de su apartamento, rompiendo la totalidad de los vidrios. El médico se vio obligado a abandonar su casa a pesar de los mensajes de apoyo que recibió de algunos de sus vecinos.
Mal pagados, sin los elementos de protección adecuados, arriesgando sus vidas, algunos con sus salarios atrasados, y ahora agredidos y humillados: esta es la tragedia que viven médicos y trabajadores de la salud dedicados a salvar vidas en medio de la pandemia en Colombia y el mundo.
Lo dijo con palabras amargas el médico Alejandro Páez, del Hospital de Cartagena de Indias: “Por las noches nos aplauden, pero al día siguiente nos insultan y desalojan de las casas porque creen que vamos a contagiarlos”.
