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“Lo bueno de tener un patrón es que piensa por uno (oído hace dos meses a un taxista)”. Esta frase del libro Crónicas, del maestro Elkin Obregón, parece un boceto de lo que somos hoy.
Nos convertimos en criaturas dóciles desde el mismo instante en el que vimos a Dante saltar de su tumba: unidades de cuidados intensivos congestionadas, abuelos solos diciendo adiós a sus nietos en la pantalla de una tableta, médicos jugando a ser dioses (“¿Conecto al respirador a este padre de 29 años o a este abuelo de 85?”), ataúdes apilados a orillas del río Arno... La tierra del Renacimiento convertida en la del remordimiento: ¡“¿Qué hicimos mal?”!
El miedo juntó el hambre de los redentores y la necesidad de los irredentos.
La reflexión en torno a las libertades ciudadanas parece restringida a los muros que habitamos. A estas alturas de la pandemia, es clave preguntar: ¿podemos salvarnos a nosotros mismos y a quienes nos rodean, es decir, podemos actuar como ciudadanos y seguir normas proporcionadas y comprensibles en esta coyuntura?
La respuesta –automática, predecible– de “los latinoamericanos somos brutos e indisciplinados” merece ser repensada.
El editor de la web británica UnHerd, Freddie Sayers, escribió en el texto “¿Cuál epidemiólogo tiene la razón?”: “El debate más amplio sobre el confinamiento no es una competencia entre personas racionales y buenas que valoran la vida, por un lado, y los caballeros y cínicos que se preocupan solo por la economía o por ellos mismos, por el otro”.
La extralimitación en el poder parece hoy el camino más seguro de cara a la Historia: los muertos por covid-19 están en las estadísticas (con o sin subregistro) del sistema de salud, mientras que los muertos de hambre se camuflan en múltiples causas, y por lo tanto no son tan directamente atribuibles.
¿Toque de queda y ley seca en el fin de semana del Día de la Madre en la ciudad que supuestamente presenta los “mejores resultados” del país? ¿Niños pobres, confinados en municipios sin casos detectados de covid-19, que con cada día de desescolarización multiplican su probabilidad de profundizar la brecha de desigualdad? ¿Los viejos tratados como si fueran niños y los niños tratados como si ostentaran la sabiduría de los ancianos? ¿Entregar nuestros datos a una plataforma virtual como única forma de recuperar el afuera?
La espera incierta de una vacuna nos expone a movernos entre el frenetismo de quienes llegan al poder para mandar y una sociedad ansiosa de entregar la responsabilidad de pensar y resolver dificultades por sí misma. ¿Recuerdan las Convivir? Solucionar problemas a cualquier precio, evitar el pensamiento... ¡como el patrón del taxista!
Obregón, genio de esquina, escribió una profecía llamada “A donde va Vicente”: “Nos entregamos de brazos abiertos al placer de la obediencia, quizás porque pensamos que un alguien, desconocido y por ello venerable, nos dicta desde un trono distante normas que por fuerza debemos acatar. Algo así como el Gran Hermano de George Orwell. O como la famosa frase de los campesinos baturros, recordada por Luis Buñuel en El fantasma de la libertad: ‘Que vivan las cadenas’”.
¿Cómo generar esta conversación ciudadana sin morirnos ni de covid-19 ni de soledad ni de miedo?
Los gobernantes no van a aplazar el gustico de ver subir su aprobación en las encuestas. Y, según parece, nosotros tampoco.
