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Apoyemos a las mujeres afganas

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Por Soledad Gallego-Díaz

A finales de este mes de agosto abandonarán Afganistán las últimas tropas norteamericanas, excepción hecha de los destacamentos encargados de evacuar, a través del aeropuerto de Kabul, al personal diplomático y a los varios miles de colaboradores afganos que encontrarán asilo en Estados Unidos.

“Los afganos tienen que luchar por sí mismos”, dijo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, hace pocos días. ¿Y las afganas? ¿Qué va a ser de las mujeres que desde 2001, con la invasión de tropas de Estados Unidos y de la Otan, volvieron a las escuelas y ahora son maestras, periodistas, médicas, enfermeras, secretarias, policías, concejalas o diputadas?

¿Cómo se van a defender? ¿Cómo se van a defender las orgullosas e infelices adolescentes afganas que aparecieron hace días en las calles de la provincia de Ghor empuñando viejos fusiles y desafiando la inminente llegada de los talibanes? ¿Son ellas quienes tendrán que derrotar a un ejército al que todo Estados Unidos no ha sido capaz de controlar? ¿Qué será de todas ellas? ¿Nadie en La Casa Blanca ni en la ONU se ha puesto enfermo cuando han oído que el compromiso talibán respecto a esas mujeres es “garantizar sus derechos de acuerdo con el islam”? Los talibanes no son el islam, sino una ideología político-religiosa con un extraordinario componente de opresión sobre las mujeres y hay aplastante evidencia de ello.

Los relatos de la periodista británica Emma Graham Harrison para The Guardian están llenos de admiración por esas decididas mujeres, pero no ocultan su pánico por la tragedia que se avecina.

Los talibanes no han cambiado: siguen considerando a las mujeres seres humanos inferiores que no pueden reclamar ni ejercer los mismos derechos que los varones. No tienen permiso para salir a la calle sin compañía de un familiar varón, no pueden acudir a las escuelas públicas ni a los hospitales generales, no pueden trabajar y deben cubrirse totalmente (burka).

Quizás, además de rezar, las mujeres de todo el mundo podríamos hacer algo más, antes de que caiga sobre todas nosotras la mayor de las vergüenzas. Ya sabemos que cuando se aplastan los derechos de las mujeres en algún lugar del mundo solo se puede confiar en algo: en la fuerza, la furia de las demás mujeres. No permitamos que suceda lo que está a punto de suceder. Reclamemos su derecho de asilo, apoyemos con dinero, con trabajo voluntario, a todas las asociaciones y organismos que puedan hacerles llegar ayuda para resistir. Movilicémonos ya, ahora y con toda la furia de la que somos capaces. No lo permitamos

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