Algo tendrá el agua cuando la bendicen. El dicho podría aplicarse al presidente Duque, quien ha sido contestado en esta columna sin tibieza cuando la ocasión lo requería y al que un servidor ha imputado su cuota de responsabilidad en la ola de protestas desatada a la siniestra del Gobierno. Sin embargo, pese a todo, debe pesar más lo positivo para Colombia en su gestión cuando las Farc y el Eln andan tras su cabeza. Y es que, en este caso, más bien maldicen los malnacidos, señal de que “ladran Sancho, luego cabalgamos”, si me permiten la expresión, que más bien hay que atribuir al poeta alemán Goethe que al Quijote de Cervantes.
El ministro de Defensa ha apuntado a una posible alianza criminal entre el frente urbano del Eln y las disidencias de las Farc del Frente 33, “organizaciones narcotraficantes y criminales que delinquen en Norte de Santander y hacen presencia en Venezuela”, como presuntos autores del intento de asesinato de Duque. Molano integraba así en la ecuación al régimen de Maduro, del que puede esperarse ya cualquier cosa, por mucho que Europa y Estados Unidos hayan vuelto a caer en la trampa de rebajar las sanciones a la narcodictadura venezolana.
Sobre los autores del intento de magnicidio pesa una orden de captura con una recompensa en vigor de hasta 3.000 millones de pesos por información valiosa. Sinceramente, por esos más de 670.000 euros sería capaz de ir yo mismo a buscar a los culpables, pero por decoro les dejo a ustedes esa pieza.
Recuerdo el día en el que Álvaro Uribe tomó posesión de su cargo. A este lado del charco, los amantes de Colombia teníamos puestas nuestras esperanzas en los aires de cambio y la energía volcánica que personalizaba Uribe. Aquel 7 de agosto de 2002 narré para La Razón cómo las granadas lanzadas por las Farc acababan con la vida de más de una veintena de personas, entre ellas tres niños, y dejaban casi un centenar de heridos, muchos de ellos mutilados. Las Farc sabían que con Uribe llegaba su fin y trataron de eliminarlo sin importarles el reguero de muerte que dejaban a su paso. Nada nuevo, por otro lado, para esas alimañas. Por si hay quien no lo recuerda, los terroristas lanzaron 14 proyectiles a discreción, sin importarles a quién se llevaban por delante.
Fueron aquellos años de plomo. La guerra al terrorismo se hizo sin complejos, la única manera de derrotar a un enemigo despiadado capaz de secuestrar y torturar a niños, de someter a mujeres hasta hacerlas parte de su harén y de colocar collares bomba a sus enemigos. Un ejército harapiento muy bien armado que les mantuvo como rehenes durante medio siglo y que aún hoy sigue activo y aguardando cualquier signo de debilidad del Estado para sacar partido.
Por eso, algo bien estará haciendo Duque si han tratado de aniquilarlo. Así que apriete, señor presidente. Apriete a todas esas sanguijuelas que solo entienden su propia medicina, para que la Colombia que se viste por los pies y anda de frente siga adelante. Sin remilgos