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“Apropiacionismo” navideño

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Por Sergio C. Fanjul

Cuando yo era guaje la Navidad implicaba ciertas premisas que ya no están. Era la época del año en la que celebrábamos el nacimiento de Jesucristo. Eran, también, unos días que dedicábamos a pensar en los más desfavorecidos, en los que no tienen ni familia, ni dinero, ni esperanza: siente a un pobre en su mesa.

Eran premisas hipócritas, porque, al final, solo servían como catalizador para lo de siempre, comer, beber, drogar, comprar, pero al menos recordaban a la ciudadanía festiva que lo hacía por una buena causa. La hipocresía, las mentiras piadosas, cierto disimulo no son meros elementos cosméticos, sino la arquitectura oculta que sostiene a la sociedad. Solo las personas afectadas de ciertos trastornos dicen siempre la verdad a sus cercanos, lo contrario sería el caos social.

Uno pasea por las cosmopaletas ya abarrotadas del centro de Madrid por estas fechas y no encuentra nada de lo anteriormente citado. El hecho religioso ha sido radicalmente barrido de las fiestas: es solo una excusa para sostener la gran conspiración de los Reyes Magos y la costumbre de los belenes, pero dudo de que las nuevas generaciones tengan demasiada idea de cómo se articula toda esa mitología en torno al niño-dios. Respecto a los pobres, no parecen tener mucha cabida entre las luces y los espumillones, más allá de ciertas cenas con langostinos que algunos ayuntamientos ofrecen a las personas sin hogar, como si fueran animales exóticos que exhibir en los informativos. Es sorprendente que la alcaldesa Manuela Carmena se prestara a este tipo de espectáculos.

En tiempos de profundo riesgo existencial, entre cambios climáticos, pandemias, graves aumentos de la desigualdad y la pobreza, crisis de abastecimiento, se hace todavía más extraño asistir a unas semanas de despiporre, medio contenido, medio no, casi casi, como la orquesta del Titanic, que seguía tocando mientras el buque se hundía en las gélidas aguas del Atlántico.

No soy persona religiosa, sino todo lo contrario, pero no por ello deja de sorprenderme el plot twist que le oficiamos a la Navidad, una falta de respeto a todas esas personas que quieren vivir la Navidad en su esencia y ven a su alrededor un flagrante caso de apropiacionismo cultural. Igual que Jesucristo echó a los mercaderes del templo, tiene que haber más valores cristianos y menos Corte Inglés, que ha venido a ocupar su papel en estas fechas.

Habría que dejar la Navidad para quienes de verdad le vean sentido, o al menos tunearlas un poco, para que la cosa no cante tanto. No se entiende por qué la Conferencia Episcopal no emite más hostias, es un decir, contra esta fiebre consumista. Quizás porque es de las pocas maneras, ya lejanamente relacionadas con la Iglesia, en las que es posible movilizar a las masas. El papa Francisco lo ha puesto claro: “No vivamos una Navidad falsa y comercial” 

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