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David E. Santos Gómez
Columnista

David E. Santos Gómez

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Armas, balas, muerte y dinero

Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com

Una vez por semana, en las últimas tres semanas, el presidente de Estados Unidos salió a dar declaraciones de condolencias a los familiares de masacres perpetradas por dementes con armas largas. Asesinos que aprovechan un sistema laxo para que cualquier ciudadano pueda ir a la tienda a comprar rifles como quien compra una caña de pescar. En lo que va del año, el gigante norteamericano ha soportado más de doscientos treinta tiroteos masivos, un verdadero desangre que es, en parte, consecuencia del poder de los lobbies armamentistas y del Partido Republicano para impedir cambios en la legislación.

En la última mitad de mayo la locura se hizo evidente en un trio de tiroteos espeluznantes: en un supermercado de Búfalo, con diez personas asesinadas por un supremacista blanco; en la masacre de diecinueve niños y dos profesoras en la escuela de Uvalde, Texas; y en un hospital de Tulsa, Oklahoma, donde un paciente inconforme decidió comprar un rifle AR-15 para matar a su médico y a tres personas más. En cada noche de esas tragedias habló Biden, pretendió dar consuelo y condenó los hechos y la inacción política de los miembros del legislativo. Se llamó a actuar. Ha sido suficiente, dijo. Como lo hizo Trump antes de él, y antes Barack Obama y antes Bush hijo y antes Bill Clinton. No aguantamos más, declararon todos, en su momento, con caras adustas. La sociedad nos pide cambiar. No podemos dejar que las personas que estaban en los lugares de los tiroteos hayan perdido la vida en vano. Lo repiten una y otra vez como argumento central. Y cuando el humo de la indignación se disipa, las promesas se esfuman también. Y los lobistas hacen lo suyo y los conservadores defienden la anacrónica y asesina segunda enmienda.

El tono progresista que ha querido imprimirle el demócrata Joe Biden a su presidencia lo obliga a actuar de forma mucho más contundente que sus antecesores en esta materia. Estados Unidos es, de lejos, el país con mayor cantidad de tiroteos masivos en el mundo y aunque los intentos de legislar para limitar el acceso a las armas hacen parte de las promesas que desde hace décadas enarbolan algunos senadores, la fuerza del multimillonario mercado armamentístico siempre gana.

El veterano mandatario quiere acabar con la comodidad con la que se mueven estas empresas (poderosas y cada vez más intocables desde que Trump las ensalzó como símbolo de libertad) y busca una forma de prohibir la venta de armas automáticas y cartuchos de “gran capacidad”.

“¿Cuántas carnicerías más estamos dispuestos a soportar?”, se preguntó el presidente para darle un empujón a su idea. Y ante lo que podría esperarse como una respuesta obvia, aparecieron los que escriben la ley para rascarse la cabeza. E hicieron muecas aquellos que obtienen dinero de la sangre. Es la dura realidad del mercado imponiéndose a la vida. Mientras los dolientes enterraban a sus víctimas, las acciones de las empresas de armas subieron su precio 

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