Desde que una vez en la adolescencia descubrí que un amigo había sido capturado por participar en un secuestro, nunca he dejado de ver esas fotografías que publican los periódicos cuando la Policía atrapa a alguien. Es como si al ver a esos supuestos malhechores uno tuviera la oportunidad de volver sobre las obsoletas ideas de Lombroso, quien creía, por ejemplo, que ciertos rasgos físicos evidencian el nivel delictivo.
Es así como me he visto analizando las orejas, el corte de cabello, la ropa de los atrapados, en fin, cada detalle para construir mi propio perfil delictivo. He fracasado. Los rasgos de los atrapados no se diferencian mucho de los 3 o 4 policías que los custodian con esas armas que siempre ayudan a sacar pecho. El crimen no siempre se viste de cortes raros, de miradas que asustan, de una voz que amenaza, y más en Colombia donde tantísimos criminales transitan elegantes, bien vestidos y sonrientes ante los ciudadanos que estafan. Hace poco caminaba muy tarde por el barrio Rosales, en Bogotá, y un amigo me preguntó si ese lugar era seguro. Le dije que estábamos en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, dado el tipo de crímenes que se esconden en la intimidad de muchas de esas selectas familias.
Cuando veo a hombres y mujeres en esas fotografías, siempre parto de que también pueden ser inocentes, nadie está exento de haber estado donde no debía estar, de hacer parte de una lista de errores infinita que en ese momento condena pero que nunca más devolverá la honra. Después de mi duda, supongo que evidentemente esas personas hicieron algo malo y por eso están ahí esposados, custodiados. Entonces pienso que incluso para ser un malevo hay que ser consecuente, hay que tener dignidad. Nada más lamentable que esos personajes que tratan de taparse la cara con el brazo o que prefieren dejar descubierta la barriga antes que el rostro. ¿Qué creyeron, que nunca los atraparían y por eso ahora quieren ser discretos?
Supongo que mientras agachan la cabeza piensan en lo que dirán, en cómo justificarán su delito, en cómo harán para que desaparezca la culpa. Siempre me ha sorprendido la capacidad que tienen muchos de los que delinquen para dilatar. Pocos cometen un delito y al ser atrapados dicen en la primera audiencia: “Sí, yo lo asesiné, yo le robé, yo lo extorsioné, etc.”. Siempre hay un pretexto para todo, hasta el punto de que muchas veces el victimario termina siendo la víctima. En esto los abogados han ayudado bastante porque algunos se especializan en hacer relativa la verdad, incluso, en modificarla.
Mejor dicho, detrás de estas imágenes donde el ser humano se ve tan vulnerable, tan frágil, hay una pequeña muestra de lo que somos en el fondo: unos cobardes, solapados, que nos cuesta muchísimo cargar con el peso de nuestras acciones