No debe penalizarse el adoctrinamiento por maestros tendenciosos y solapados que desvirtúan el sentido verdadero de la misión de educar. La manipulación de los alumnos comporta una falla ética y una negación del deber docente capital de enseñar a pensar con autonomía, con ideas propias. Adoctrinar, para inculcar o inyectar valores e ideas favorables al gusto de quien predica, es atentar contra la racionalidad ilustrada y controlar el ascenso de los estudiantes al estado de la mayoría de edad.
Pero el adoctrinamiento como estrategia proselitista o propagandística de sectores y facciones dominantes, o emergentes, sea cual fuere su razón de ser, no se contrarresta con disposiciones legales que pueden resultar inanes o contraproducentes, sino con la educación, de los mismos maestros infractores, en conceptos, principios y comportamientos éticos sin los cuales no merecen respeto ni confianza.
Más efectiva que una sanción legal para un maestro sesgado al que se le comprueben prácticas demostrativas de adoctrinamiento, ha de ser la penalización social, de los estudiantes, los padres de familia y la comunidad educativa en general. Sin credibilidad ni confiabilidad, condiciones esenciales de todo proyecto educativo honorable, el institutor no tiene más remedio que apartarse de su trabajo y dedicarse a una actividad de menor categoría intelectual y espiritual, en la cual no represente riesgo ni amenaza para los alumnos.
Si no lo respetan por tendencioso, mejor que escoja a tiempo algún oficio en el cual pueda opinar como a bien tenga, pero sin abusar de mentalidades adolescentes que tienen derecho a ser formadas en el pensamiento crítico, en la asunción de posiciones autónomas, libres y responsables y en la superación de la minoría de edad, la infancia mental, por alcanzar la capacidad de razonamiento sin la cual la educación se convierte en simple dependencia heterónoma.
El adoctrinamiento está de moda otra vez. Claro que siempre ha sido uno de los fantasmas de la educación y la pedagogía. El dirigismo estatal, la demagogia de los textos oficiales únicos y exclusivos, la adopción como verdades de mentiras refutadas a lo largo de la historia, la imposición de credos extremistas que fuerzan a renunciar al justo medio, son algunas de las características de esa corriente afín al totalitarismo.
Ha reaparecido, aunque parezca increíble, el terraplanismo, que en algunos lugares obliga a los estudiantes a creer que el planeta no es redondo y sembrar conflictos intrafamiliares absurdos. La manifestación actual más visible, en la vieja, culta y sabia Europa, está en la imposición de la ideología de género. Al estudiante que no la acepte se le matonea. A los jóvenes hay que enseñarles a que sean ellos mismos. No hay derecho a que a estas alturas se desconozca la invitación a “Sapere aude”, “Atrévete a pensar”.