La catástrofe australiana es una lección para el mundo sobre lo que puede venir con el fortalecimiento del cambio climático y la indiferencia de los gobiernos.
Lo de Australia es cruel. Más de 500 millones de animales muertos, al menos seis millones de hectáreas consumidas (como toda Antioquia y cinco veces más que las quemadas en la Amazonia), un tercio de la población afectada y, hasta ahora, fuegos que lanzaron en pocas semanas dos tercios de las emisiones anuales de dióxido de carbono equivalente que emite al año este enorme territorio.
Carbono que los bosques, si pudieran, tardarían 100 años en volver a capturar, pero les será difícil porque cada vez hay sequías más fuertes y menos tiempo entre incendios, que ya no son carbono neutro como hasta hace poco.
Y faltan varias semanas de ardiente verano.
Pero, ¿qué provocó esta tragedia sin precedentes? Dos explicaciones: el cambio climático y la actitud de un gobierno arrodillado ante los combustibles fósiles e indiferente ante sus ciudadanos.
En Australia llueve 11 % a 18 % menos, según la región, y hay algunas con sequías de años. La temperatura aumentó algo más de 1° Celsius desde 1910, la mayor parte en las últimas décadas. De ahí los vientos más fuertes.
Para ajustar, el dipolo del Océano Índico, ciclo normal, trajo esta vez un calor supremamente alto en la superficie oceánica.
Todo puede ser consecuencia del calentamiento global y el cambio climático. Hasta en Tasmania, zona más cercana al polo sur, las temperaturas han batido récord (en el norte igual: en invierno en Noruega han tenido 19° C cuando deberían estar a -5°).
Los gobiernos australianos han defendido la industria de los combustibles fósiles y negado reducir emisiones. Es el primer exportador de carbón y gas. Sus gobernantes han dado la espalda a la situación climática repetida que experimentan las regiones. Casi que un castigo lo que sucede.
Es, sí, una advertencia al mundo y gobernantes absortos en su fantasía de ver al petróleo como el elíxir de vida mientras sus regiones padecen sequías, inundaciones, olas de calor y efectos serios del cambio climático más fuertes y frecuentes.
Bien afirma Aaron Timms en The New Republic: “contradicción y absurdidad persiguen a muchos países en la era del cambio climático, aunque cada uno tiene su propio sabor de negacionismo destructivo”.
Una tragedia que, de ser sensatos, debería acelerar el fin de la era de los combustibles fósiles.
Maullido: difícil ser inepto y cínico a la vez. El gobierno colombiano lo logra.