“¡Ayúdenme, una ayuda por favor! Mataron a mi familia, soy desplazado. ¡Ayuda! ¡Ayuda!, denme alguna cosa, la calle es muy dura”, un hombre grita desesperado en la calle. No va de puerta en puerta, como antaño. Lleva un costal al hombro y lo acompañan una mujer y una menor de edad. Son las 8 de la noche de un domingo reciente en la ciudad más innovadora, en la que quiso ser un hogar para la vida, en la que cuenta con vos, en la que sería la más educada.
En el claro oscuro de esta ciudad, el oscuro social está muy profundo y se llama inequidad: se ha multiplicado la gente durmiendo en las aceras, deambulando por las calles o parados en los semáforos, pidiendo limosna. Hace algún tiempo no era así. Después de esa escena pienso que una persona tiene que estar muy desesperada para ir por la calle pidiendo ayuda a los gritos. Pero un mensaje subrepticio, sigiloso y peligroso se ha impuesto en algunas mentes: “Se volvieron actores, ni vergüenza les da”, me dice alguien. “En la sociedad de la desconfianza, hasta perdimos la solidaridad”, digo yo; “ni caridad sentimos”, agrego. ¿A qué horas se nos ocurrió pensar que los pobres “están actuando”? ¿No les dice nada la cifra de casi el 45 % de empleo informal? (es decir: 45 % de desempleo formal).
Ha vuelto a las calles la escena de los desarrapados y paupérrimos pidiendo limosna durante varias horas del día. No crean que es chévere o suficientemente compensatorio estar sentado en una dura acera o parado en un semáforo, todo el día al sol y al agua, expuesto a las humillaciones y al desprecio, para recibir una ayuda transitoria que a nadie sacará de pobre, escasamente disimulará el hambre y lo mantendrá esclavo de la limosna diaria.
No es hora de juzgar sino de actuar: la realidad en las calles lo evidencia. Abra los ojos, salga de su burbuja y mire la calle. La mayoría no está pidiendo ayuda por deporte; y no todos lo hacen para “tirar vicio”. Las calles están demostrando un innegable deterioro social, al que muchas personas se han visto obligadas por situaciones que no provocaron. Es la hora de la solidaridad: hay mucha gente que, de verdad, necesita recuperar su solidez; si no se les da una mano, no lo lograrán.