Por Daniela Pérez García
Universidad Autónoma Latinoamericana
Facultad de Derecho, cuarto semestre
23danipg@gmail.com
Momentos aberrantes se viven en donde la soledad habita, o siendo francos, en donde la indiferencia hace parecer como si no hubiese nadie.
Son millones de personas que a diario vagan en las calles, sin comida, sin una cama en donde dormir, sin abrigo y lo más grave de todo, sin una gota de esperanza que ilumine la mirada de quienes tienen que vivir de esta manera.
¿Cuántas personas nos han pedido una moneda a lo largo de nuestra vida? Seguramente por su mente pasarán las incontables veces que esto ha sucedido, pero ¿cuántas veces hemos ayudado? Tal vez serán muchas menos a las de la pregunta anterior, la impasibilidad con la que vemos a las personas en la calle muriendo de hambre, es tan triste como asombrosa, no nos interesa, porque al final del día todos regresamos a casa con nuestra familia y comida en la mesa, olvidando aquellos rostros de sufrimiento que nos pidieron alguna ayuda, que sin decir mucho a gritos, se escuchaban las ansias de por fin ver una luz al final del túnel para así abandonar las calles. Lo olvidamos porque no somos nosotros o un ser querido quien está en ese lugar.
En noches de abundantes tormentas no todos tenemos un techo para protegernos, hay quienes debajo de un puente ruegan a Dios que cese la lluvia para estar más tranquilos, pero siempre solos, con la mirada perdida deseando escapar de la realidad tan cruda que les tocó vivir.
Dejemos la frialdad e indiferencia a un lado, ampliemos nuestra perspectiva y por fin comprendamos que hay personas que sufren y adolecen desdichas inimaginables, ayudemos a quienes lo necesitan, hoy son ellos y mañana no sabemos si seremos nosotros quienes anhelemos estar bajo la lluvia para que así nadie pueda ver nuestras lágrimas.