Muy difícil, casi imposible, entender el comportamiento de las Farc en su vocación suicida. La única rendija por donde cabe alguna explicación, nunca justificadora de sus actos demenciales, es bajo la comprensión de que en la guerra aflora lo más grande y lo más ruin de la condición humana. Solo a la luz de la psiquiatría podríamos entender el desorden mental de estos seres humanos, con comportamientos indignos hasta para los animales salvajes.
Pensando en lo que ha sucedido esta semana en el Putumayo y otras áreas del País, volvió a mi memoria lo ocurrido hace un mes en Chihuahua, México, donde cinco adolescentes menores de quince años (tres varones y dos niñas), escogieron como juego la simulación de un secuestro. Tomaron a un amiguito de seis años como víctima y lo condujeron a un área propicia para su juego macabro. Lo golpearon brutalmente hasta matarlo y luego una de las niñas lo apuñaló, para hacer aún más real su juego. Finalmente, lo enterraron y lo cubrieron con un animal muerto, para disimular los efectos de su perversa diversión.
¿No es esto sintomático de sociedades enfermas? ¿No cabe preguntarse sobre las causas sociológicas de estos comportamientos y la necesidad de una catarsis social colectiva que despierte nuestras conciencias?
Si los instintos son pautas de reacción natural y no deliberada, los cuales obedecen a una razón profunda que conlleva a la conservación de la vida y de la especie, ¿cuáles son entonces los bajos instintos que imperan en el fondo de nuestros espíritus, y cuál la esperanza de supervivencia?
La sicología recomienda observar, analizar y cuidar los entornos, pues ellos nos constituyen y nos determinan en nuestro ámbito social. Los más cercanos y definitivos son: la familia, el colegio, el deporte y los medios de comunicación. Si tal ambiente es perverso, se configurará un entorno solo capaz de generar perversidad. Esa es la condición descrita en México y la que actualmente se respira en nuestro país.
Buscando explicaciones, vale la pena analizar el pensamiento de Claudio Naranjo, psiquiatra chileno y prominente investigador de la mente humana, quien piensa que la civilización está enferma, que el mal es el individualismo y que la solución está en nuestra transformación interior.
Sostiene Naranjo que poseemos tres cerebros, producto de la evolución de las especies: el instintivo, el emocional y el racional. El primero, representa al niño, el segundo al amor y el tercero, el intelectual-normativo. Aunque es el de más reciente surgimiento y precario desarrollo, el racional es el que prima en la sociedad actual. En tal condición, está dedicado al traspaso de información, engolosinado con aspectos materialistas, consumistas y competitivos. Ello conduce al individualismo, caracterizado por la pasión desmedida por el autoritarismo, el egocentrismo, la insensibilidad y la conciencia insular.
Insiste Naranjo, como lo he dicho reiteradamente en mis columnas, que la clave está en la educación. Hay que borrar el paradigma de que los hijos deben ser iguales a los padres, cuando ellos son el problema. Debemos volver a lo que Sócrates llamó “conócete a ti mismo”, o insistir en lo que otros llaman “labrar la piedra bruta”. La escuela debe focalizar su acción en el autoconocimiento individual y transformador que posibilite el cambio, para poder superar lo que Carlos Novoa S. J. ha denominado, “el mal estructural”.
Los hechos que hoy con razón condenamos, son expresión de equivocaciones sociales amasadas durante muchas décadas. Tenemos las herramientas para corregirlas y evitar que las generaciones futuras nos condenen.