Quise escribir sobre el bicentenario de nuestra independencia unos días después de que se hubiera conmemorado con bombos y platillos. Lo hice por una sencilla razón: querer tantear el tono con el que interpretamos las celebraciones patrias y la capacidad que tenemos de reflexionar sobre ellos y lo que traen consigo. No me equivoqué con mi pálpito. Lo que vi fue una alabanza a los recuerdos del pasado, representaciones teatrales de la oda libertadora, honores a los héroes caídos y un tono militar profundo y belicista en la remembranza. Al final, mucha recapitulación de los libros de historia y pocas reflexiones sobre lo que necesitamos hacia adelante, si queremos otros 200 años de historia.
A ver, es como si ese hito fundacionista de esta república que se tradujo en la Batalla de Boyacá, no hubiera servido como punto de inflexión para pensar sobre la ruta que debe trasegar esta patria. Por supuesto, ha sido una maravilla inmensa declararnos soberanos e indivisibles, regidos por los principios de orden y justicia para todos, en fin, pero... ¿por qué, después de 200 años no hemos sido capaces de declararnos -a rabiar- como una nación donde la vida está por encima de todo, una tierra tolerante con la diversidad, protectora de los líderes sociales, jugada por la equidad y el respeto al derecho a disentir, capaz de bajar la fiebre de la polarización?
A veces se nos olvida que ese 7 de agosto de 1819, después de esas dos horas de sangre y muerte por la libertad en las que un grupo de independentistas logró quitar el yugo del virreinato de la Nueva Granada, la única tarea por hacer para adelante era dedicarse a construir como debía ser, las condiciones para el desarrollo social y económico que se merece una verdadera nación. Pero no, pura psicología inversa, porque en muchas situaciones terminamos haciendo lo contrario: bala en vez de diálogo como la vía expedita para solucionar los problemas, narcotráfico como camino para la abundancia, guerrilla y paramilitarismo como caminos al poder y cientos de lisos echándose la plata del erario al bolsillo y bastantes abusos que han dado al traste con cualquier idea de nación. A la larga, la pendejada ha podido más: colombianos contra colombianos, ¡qué joya, Dios mío!, haciendo que la horrible noche aún no haya cesado para muchos. El pasado 7 de agosto frente al puente de Boyacá, el presidente Iván Duque, dijo: “Hoy es un día para rememorar doscientos años de nuestro camino como nación independiente y soberana, para que hablemos de lo que hemos logrado, pero también para que avancemos enfrentando los desafíos del presente para construir un mejor futuro”. Sonó bonito y sí, digamos que así ha sido, pero falta mucho camino por trasegar y mucho caminado por corregir a ver si por fin se consolida la República de Colombia.