Una imagen resume bastante bien el estado de la política internacional de la primera década del siglo XXI y la balanza en la que se encontraban, para entonces, los poderes hemisféricos. En ella vemos en los pasillos del encuentro del G-20 del 2009 en Pittsburgh, Estados Unidos, a un novato Barack Obama en medio de un grupo de mandatarios entre los que está Luiz Inacio Lula Da Silva. El estadounidense le da un fuerte apretón de manos al brasileño saludándolo y señalándolo al mismo tiempo como depositario de las palabras que iba a decir: “Adoro este tipo - dijo Obama sin soltar a Lula -. El político más popular del planeta”.
Lula estaba para entonces en la recta final de su segundo mandato. Era reconocido mundialmente por sus logros en la lucha contra la pobreza, por el asombroso crecimiento económico de Brasil durante sus años de gobierno y, como no, por su efectividad en el manejo diplomático en situaciones tan adversas y diversas como el Medio Oriente o los enconos suramericanos. Era bien recibido por igual por Hugo Chávez y por Álvaro Uribe (en el peor momento de la tensión entre vecinos). Lo consultaba la OEA y el Banco Mundial. Lo felicitaba el Alba y lo ponía como ejemplo el FMI. Luego vino lo que todos sabemos. La presidencia de Dilma, las acusaciones turbias del juez Sergio Moro (que luego terminaría trabajando como Ministro de Justicia de Bolsonaro), los años de cárcel, su libertad y su regreso a la política.
Hoy Lula cumple tres días en el Palacio de Planalto. Inicia una nueva época lulista. Su triunfo sobre Jair Bolsonaro en las pasadas elecciones de octubre fue apretado pero indudable y el camino que se le abre por delante, en este cuatrienio que lo llevará hasta el 2027, es mucho más complejo que hace veinte años cuando fue presidente por primera vez. Los problemas ya aparecieron con medio país inconforme y un grupúsculo de revoltosos - apoyados en el silencio de Bolsonaro - que piden un golpe militar y que incluso planearon el asesinato de Lula. Al mismo tiempo, la compleja amalgama de partidos que se unieron para vencer al ahora ex presidente de derecha le piden cuotas burocráticas difíciles de conciliar y el solo hecho de definir un gabinete de ministros fue un dolor de cabeza.
Con una América Latina en crisis, también distinta de aquella en la que navegó al despuntar el siglo, a sus 77 años, este renovado Lula tendrá que apuntalar cuidadosamente sus avances políticos y sociales en un ambiente global en el que todo parece apremiante y contingente. Hasta la democracia está en riesgo, se repite por todo lado y de todas las formas. Es cierto. Esperemos que al brasileño le vaya bien. Por él y por nosotros. Brasil es el barco más grande de los nuestros y sin duda su éxito nos permitirá a todos un mar más calmo