Si el padre Astete nos acompañara en esta era digital, cambiaría el orden a los pecados capitales en su catecismo y empezaría por la pereza.
La cibermodernidad nos volvió perezosos. El computador nos cuela el aire. Solo le falta relevarnos en faenas como ver pasar el viento, perdonar u olvidar, que alivia más.
De piernipeludo me preguntaba por dónde entraba la gente que hablaba a través de mi viejo radio Zenith. Ahora me preguntó lo mismo con mi computador, que se ha convertido en una especie de CIA, DEA, KGB y antiguo DAS juntos.
Ese señor que nos conoce por dentro y por fuera, y que parece responder a la razón social de “algoritmo”, todo lo sabe: Qué música me gusta, si por dentro de mí espantan, qué milongas me traman, cómo ando de los chacras o si mi próstata le coquetea al bisturí.
Sabe antes que la Dian si mi cuenta bancaria es obscena, como de corrupto; si soy un anarquista que respeta el semáforo, como dice Sabina, si me gustó equis texto que leí o escribí.
El computador nos sugiere un rico menú de opciones para reaccionar ante videos o escritos. Nos convirtió en esclavos del like, el nuevo nombre de la vanidad.
Con tal de acumular likes somos capaces de venderle el alma al gato, la pereza en cuatro silenciosas patas. Un me gusta nos trepa el ego o nos baja la caña de nuestra importancia.
El computador ofrece la opción adicional de los emoticones. Es otro lenguaje diseñado para reaccionar. Nos ahorra decir que nos gustó tal adjetivo, que aquel adverbio está del carajo, que sobraba una coma, que aquella metáfora nos sacó el aire.
Se ve venir el día en que las grandes obras literarias sean traducidas a emoticones. Espero haber hecho efectivo el seguro exequial cuando El Quijote en emoticones se venda pirateado en el semáforo. En vez de boleros, el novio engañado cantará desoladores emoticones de carrilera.
Hace tiempos desaparecieron las cartas manuscritas y el cartero. Los perros sin pedigrí extrañan los cuartos traseros de esos mensajeros que traían cartas con espléndidos errores de ortografía que hacían más eterno el amor.
Ni hablar de los telegramas, remoto esperanto de la síntesis: “Mañana esa, bajen caballos quebrada”. Alzhéimer olvidó ese medio de comunicación, cuota inicial del correo electrónico.
Me resisto a sumarme al rebaño de perezosos. Es apenas un decir porque salgo del paso con un like o un emoticón guiñando un ojo, o ambos, con una lágrima o dos, si “el interfecto muerto” era próximo a mis aurículas.
Al paso que vamos, el idioma desaparecerá. Y los aplastateclas seremos una nota de pie de página. Ya los computadores redactan noticias.
La pereza me abruma de tal forma que, para ahorrar cerebro, titulé esta columna plagiando el célebre libro de madame Sagan. ¡Qué tristeza, dizque columnista!