Por Susana Gaviria Gutiérrez
Universidad Pontificia Bolivariana
Comunicación - Periodismo, semestre 9
susana.gaviriag@gmail.com
La sociedad se ha acostumbrado a ser de doble moral y por ratos sensacionalista. O mejor dicho, Colombia es un país sensacionalista y con muchas personas a las que parece no importarles el dolor ajeno. La muerte golpea las puertas de los colombianos a diario: sin avisar, busca, a partir de los jóvenes, sin escatimar víctima.
Eso sucedió con los dos niños de Medellín -Marlon Andrés Cuesta y Sindy Johana Toro- quienes fueron encontrados asesinados en agosto pasado. Antes que ellos fueron muchas más las víctimas.
Solo en los últimos cuatro años, en Medellín han sido asesinados 147 menores de edad, pero que solo son noticia en el momento de darse a conocer el hecho para más adelante comenzar a ser parte de la fría estadística. El dolor dura poco y la indignación también: las noticias dejan de resonar en los oídos de los colombianos.
Posiblemente las personas recuerden más la jugada de Mario Alberto Yepes, en el Mundial de Fútbol de Brasil, con el famoso “era gol de Yepes”, que de Miguel Ángel, de 2 años, asesinado en Medellín por su padrastro en complicidad con la madre del menor.
Tal vez nos parece demasiado tiempo el que ha transcurrido desde aquel 4 de diciembre de 2016, día en que un prestante ingeniero de la capital raptó y posteriormente violó y asesinó a Yuliana Zamboní, pero devolviéndonos en el tiempo sabríamos que no ha pasado tanto y que, sin embargo, ya se ha olvidado. Son tantos los acontecimientos que se presentan en los titulares de prensa e informes policiales, tantos los niños, tantos los sucesos de tal categoría que quizá hacen olvidar los demás con demasiada facilidad, y cada hecho es más atroz que el anterior, pero no para las familias en duelo, porque cada una sufre su propio dolor. Son tantos los muertos y tan poco el tiempo que impiden elaborar un duelo social.
Pero no debería significar que la costumbre a las malas noticias diarias sea el panorama. Al contrario, la sociedad debería encontrar en dichos hechos repugnantes el aliciente para mejorar, dejar la excusa de que “si no es conmigo está bien”. Las nuevas generaciones estamos llamadas a no tragar entero, a cuestionar cualquier hecho salido de la normalidad, de cuidar a los más jóvenes y velar por su bienestar y sano crecimiento.
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