A veces creo que los colombianos tenemos el corazón de piedra. El conflicto armado de aquí para allá y de allá para acá, la delincuencia, la violencia y la corrupción, que generan una suma infinita de dolores, nos han vuelto insensibles. Si acaso nos duele, se nos quita enseguida y seguimos como si nada.
Supongo que hablar de una persona que parece haberse evaporado, en un país donde los desaparecidos se cuentan por docenas de miles, es como tratar de mantener el agua entre los dedos. Pero ni por ser poco eficientes, los paños de agua tibia dejan de aplicarse.
El reloj marcaba las cinco de la tarde del 1 de enero de 2020. A escasas horas de despedir el año viejo y celebrar la llegada del nuevo con su familia, entre abrazos y buenos deseos, Luz Leidy tuvo un altercado con su esposo, tomó su billetera, dijo “ya vengo” y salió de la casa, en el barrio Castilla. Hoy, 39 días después, aún no ha regresado.
Sus hijos la han buscado “en el agua y en los matorrales”, como lo aconseja Rubén Blades cuando se pregunta a dónde van los desparecidos. Desde el día de su desaparición emprendieron una especie de “operación Sirirí”, como la de la señora Fabiola Lalinde, que buscó por largo tiempo a su hijo Luis Fernando, sin parar un solo día hasta encontrar sus restos mortales. Por todos los medios de comunicación, por todas las redes sociales con el apoyo de algunos líderes, entre familiares y amigos, por cielo, mar y tierra la han buscado, pero ha sido inútil. Nadie sabe dar razón de ella.
Y así, “con la emoción apretando por dentro”, el vacío de su ausencia ha sido llenado con la incertidumbre, la impotencia y la angustia de no saber si está viva y dónde, si sufre, si come, si duerme. O si está muerta y dónde... Y si al drama de la desaparición le sumamos la lentitud de la respuesta estatal y de los organismos competentes, en quienes depositamos hasta el último rescoldo de esperanza, podemos empezar a hablar de enloquecer.
Hoy, a las 4 de la tarde en la cancha El Cuadrito, frente al hospital La María, en Medellín, familiares, vecinos y amigos, se unirán en un plantón para exigirles celeridad a las autoridades.
Luz Leidy Vanegas, 44 años, ser humano, ciudadana, mamá, hermana, hija y amiga, no ha tenido la suerte de estar en el resorte del alcalde de Medellín. Ni para dar aliento se ha oído su voz. Los avances de la Fiscalía en este caso son desesperantemente lentos, inversamente proporcionales al dolor, a la angustia y a la preocupación de sus familiares, que aumenta con cada segundo que transcurre. ¿Normalizamos las desapariciones de mujeres? ¿Que deban pasar años, larguísimos años de la tragedia que significa un desaparecido, para que los familiares tengan los resultados que ellos mismos tienen que buscar con las uñas? ¿Y que el Estado, en ocasiones, deje de ser garante y protector y se convierta en una máquina torpe de esperas eternas? .