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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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CARPE DIEM

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Última columna del año, el ritual de casi siempre: café, un título genérico, revisión de los apuntes, transcribir las frases que fueron surgiendo durante la semana, mirar por la ventana hasta que empiezo a escuchar los azulejos y la ardilla que madruga tanto como yo para correr del palo de mangos al laurel en busca de algo que enfurece a ciertas aves. La persecución empieza, tanto de la ardilla como del tono de lo que escribiré.

Un morrito de libros pendiente que no alcanzó a ser evacuado este año a mi derecha, uno más grande en la sala, tan grande como una muralla, pero una muralla de historias nunca separa, al contrario, acerca, además tiene vista al sur y al occidente y está bien acompañado por una enredadera que aún no sabe si apropiarse de esa columna blanca con un par de huellas de un pasado que también terminó.

Tres paredes repletas de lomos de libros que por sí mismos cargan una historia: Tintín, Poética del café, Satisfaction, El amor del revés, La fractura, Migrantes, son el resultado de un vistazo ligero y sin intensión por el estudio. Los títulos me recuerdan varios finales, varios momentos. El último, Migrantes, de Issa Watanabe, fue la recomendación de Martín en Guadalajara en 2019, una historia que no concluye porque venezolanos o haitianos, por mencionar solo dos grupos de migrantes, siguen siendo el rostro metafórico del león y de la jirafa o del conejo que muere y seguirá muriendo en algún lugar de este país, en las selvas del Darién, a pocos metros de llegar a un destino. ¿Qué nos importa el final de un haitiano?, nada, ya casi todos se fueron de Necoclí. Es triste y humano que apenas nos duelen los finales cercanos, no esas historias que no pudieron empezar en nosotros ni nos tocaron, así debieran.

¿Qué otras historias me dolieron este año y quisiera que terminaran?, muchísimas, aquí unas cuantas: La escena cotidiana en los semáforos y la cada vez más constante mirada hacia el otro lado porque son demasiadas las personas con cartulinas que piden ayuda y buscan trabajo. Una ciudad estancada y descuidada, un mandatario soberbio e irresponsable, una mentira en un pasacalle, en una valla, en un comercial que dice lo que no es cierto sobre lo recuperado en un proyecto hidroeléctrico. Una biblioteca patrimonial con un futuro incierto. Una pésima gestión en la Secretaría de Cultura de Medellín y el terrible atraso que esto implica para una ciudad que iba lento, pero iba.

Sin embargo, terminar el año tiene su encanto. Al menos a mí me da una absurda esperanza, me gusta creer en las posibilidades de cambio, así el único consuelo, apenas empiece el 2022, sea repetirme una y otra vez: “Carpe diem”.

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