El tipo de capitalismo que se desarrolló a comienzo del siglo XX, cuando Estados Unidos sustituyó a Gran Bretaña en el puesto hegemónico global, se caracterizó por crear un modo de producción basado en estrategias estandarizadas y en el control de los tiempos de trabajo obrero, que fue denominado fordismo. Este se desplegó mediante la creación de nuevos complejos industriales basados en el uso energético industrial de petróleo refinado el cual generaba el movimiento del motor de combustión interna. El resultado fue la era del automóvil: el más importante bien de consumo creado en el siglo XX, símbolo de la libertad individualista, indicador del aumento de la riqueza social, generó millones de empleos e hizo necesaria la construcción de autopistas, carreteras y reconfiguró la geografía de las ciudades.
Pero el carro es también un emisor de dióxido de carbono, razón por la cual su uso viene siendo cuestionado por diferentes sectores de la sociedad. Se impugna no solamente al carro como medio individualizado de movilidad, sino al tipo de sociedad fundada en un modelo de crecimiento basado en el uso de energías fósiles.
Los límites al crecimiento que enfrenta hoy el capitalismo son reales. Por ejemplo la fabricación de automóviles no se puede continuar en las condiciones de la producción fordista porque las emisiones que generan contaminan el aire hasta hacer imposible la vida humana en las grandes ciudades. Estos límites han sido generados por el mismo capitalismo. Más allá de estos límites podríamos tener otra forma de vida, no basada en la centralidad del individualismo consumista, sino en una transformación ecológica de las formas de movilidad. En términos de confrontación ideológica, actualmente hay varias posiciones. Los ecologistas radicales abogan por el fin del tráfico individual de automóviles; los fabricantes de automóviles en Europa buscan hacer cambios tecnológicos mediante la transformación de los motores de gasolina y diesel; y China avanza en el desarrollo de la movilidad electrónica. Esto no será suficiente para contrarrestar los problemas climáticos.
Este año pudimos experimentar, varios días después de iniciada la cuarentena, que estábamos teniendo uno de los peores niveles de calidad del aire en el Valle de Aburrá. Ni las medidas de pico y placa ni la cuarentena sirvieron para que la niebla tóxica, generada por carros e industrias, desapareciera. ¿Qué hacer? Muy poco, si continuamos bajo el pacto histórico con las energías fósiles que se dirigen contra el clima, el cual mantendremos mientras el carro siga siendo uno de los bienes básicos de nuestra forma de vida. Esto conduce a la sociedad a su propia destrucción: por ambición, por incapacidad para pensar críticamente, actuar diferente y sobre todo, por error. Pero la historia está abierta: ¿podría ser posible renunciar a la forma de vida centrada en las energías fósiles? Esta pregunta debemos planteársela a las autoridades. El pico y placa y las restricciones a la operación de las industrias mostraron sus límites. El progresivo deterioro del aire es una señal de que no podemos seguir como hasta ahora; necesitamos un cambio radical .