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Cauca, en manos de las bandas

Por Carlos Alberto Giraldo M.

carlosgi@elcolombiano.com.co

Hace nueve años, en una visita cuando aún existían las Farc, el ambiente del norte del Cauca ya se sentía “traquetizado”. Sembrados de marihuana a lado y lado de la vía que sube de El Palo -un cruce de caminos- a Toribío. En Caloto y Santander de Quilichao la tensión también se respiraba en los despachos de las alcaldías. Más abajo, Puerto Tejada era un hervidero con ese vaho mafioso de camionetas de vidrios oscuros y motociclistas con rostros como puñales.

Hoy, nueve años después, hay que imaginarse cosas peores: la mano pistolera de las bandas del microtráfico de Medellín y Bello también asoma en las esquinas. Compiten por el poder o se hermanan en las cocinas de droga con los mercenarios de los carteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Y las Farc ya son una mezcla contaminada hasta los huesos, hechos “polvo”.

En aquella época los líderes indígenas con los que hablaba se sentían vigilados y presionados. Incluso los sacerdotes. Hay que imaginarse ahora la zozobra, la incertidumbre y el miedo que rondan en las veredas que cuelgan de aquellos cañones tapizados de cultivos ilícitos.

Los policías de Toribío vivían encerrados en el cuartel, uno de los más atacados en la historia del conflicto armado colombiano. Pudieron salir después de la negociación con las Farc, pero tropezaron con una vida servida de tragos mafiosos por todos lados. Marihuana, coca, amapola. Por gramos, por kilos, por toneladas.

A ese ambiente penetrado por corridos y fusiles, el Estado colombiano, como es costumbre, llegó tarde. La vida comunitaria y cotidiana ha sido tomada por los grupos armados ilegales. Sobrevuelan muchas Águilas Negras. Si hace nueve años la gente se sentía sola, ahora está bastante rodeada, pero de mafias lumpenizadas, bárbaras.

La última masacre dejó cuatro degollados. Integrantes de una comisión de topografía e ingeniería. En Cauca se siente rápido la combustión de las miradas. Te apuntan feo y con desconfianza. Territorio apache. O mejor, de Nasas, pero con el rostro desfigurado por el negocio depredador e implacable del narcotráfico. “O siembra o siembra, doña”.

Las comunidades indígenas están viviendo un tiempo de extrema provocación y desconcierto. Se acomodan a los carteles y cartelitos o les ponen el cartel sobre los cadáveres. El Estado, siempre llega tarde. Demora, titubea.

Desintoxicar al Cauca será una tarea larga. Ya las bandas están retando a Duque. Apagar las luces de los cultivos hidropónicos de marihuana, que pelechan en las laderas, traerá un incendio si el único método es arrasar la maleza que se dejó crecer.

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