El país requiere una cura cerebral. Por donde se le mire está que estalla. Los nuevos casos del contagio bordean los treinta mil diarios. Las cifras de los desaparecidos del paro están pareciéndose a las de los muertos en la masacre de las bananeras: las fuentes no se ponen de acuerdo. El más alto novelista tuvo que volverlas ficción.
Los videos con sonido rechinante dejan la sensación de que la siguiente bala es para uno. Los robocops emulan con las figuras opacas de series de terror. Las marchas siguen marchando y aparecen renovados concurrentes con filudo ingenio de pancartas, letras cantadas y grafitis.
Los bloqueos extenúan las reuniones baldías entre las partes. Después de alargados diálogos sin diálogo, rompen pues no concuerdan ni siquiera en el procedimiento con que van a dialogar. La gente observa y recuerda los antiguos discos rayados que tocaban idéntico pedazo del coro hasta que la aguja perforaba el acetato.
Cada migaja de esperanza se aplaza hasta la siguiente migaja desvalida. Los líderes repiten su discurso desde la guerra de Los mil días, se echan unos a otros una culpa que arranca desde la serpiente del paraíso. Lo más sólido de la historia actual es la foto de los muchachos muertos, acariciada por una madre santa.
De modo que Colombia requiere un remedio mental y un bálsamo cardíaco. Un contra plantón, semejante al contra monumento de Doris Salcedo con los fusiles guerrilleros derretidos en los hornos. Un ceremonial dirigido por los koguis o por chamanes amazónicos, que reconecte esta prole con la inteligencia de los árboles y tigres. El nuevo himno nacional será la chirimía chocoana “La vamo a tumbá”.
Este rito habrá de ser replicado en los puntos de resistencia urbanos y en las plazas de pueblos escarmentados por masacres. Los nuevos líderes líricos idearán el rezo de los exorcismos. Servirán, obviamente, los tambores, las orquestas sinfónicas, los ballets de sílfides empinadas. Así se creará una marea, un recién nacido modus operandi para seguir viviendo.
Igual que sucedió con las marchas, estas convocatorias se multiplicarán en el tiempo y el espacio nacionales para reavivar la fogata. Serán una terapéutica inexplorada, en estas tierras que creen en mohanes y que asisten donde brujos para que les hagan una liga a los amores que se fueron