Por Carlos Alberto Giraldo M.
Las piruetas políticas del expresidente César Gaviria, y con él las de los líderes y congresistas que le siguen, no tienen contadero ni excusas. Ahora el “prócer” se entera de la posición que encarnan Iván Duque y el Centro Democrático frente al proceso y la implementación de los acuerdos con la Farc. Dice el desteñido heredero de Luis Carlos Galán, en otra voltereta más de su retórica: “Quieren jugar a la guerra y no se los vamos a permitir”. Qué prohombre.
Gaviria siempre supo —como lo sabía medio país— que el actual gobierno pretendía reformar los acuerdos. Incluso algunos sectores del CD siempre han querido “hacerlos trizas”. Sin embargo, aunque Gaviria se la pasó un año entero, entre 2016 y 2017, ambientando el apoyo a la mesa y los resultados de La Habana, en la segunda vuelta a las presidenciales 2018 llegó de primero a adherir a Duque Márquez, que representaba el NO en el plebiscito y la larga lista de objeciones y puntos por renegociar que le presentó la oposición al gobierno Santos.
Pero César Gaviria cree que la amnesia social de los colombianos siempre cobija sus reculadas, que nadie se acuerda de que cada año fija posturas al límite de antítesis disparatadas. Ahora pareciera darse por indignado frente a las objeciones del presidente Duque a la JEP. ¿Era que esperaba algo distinto? ¿Tal vez una sobredosis de incoherencias como las que él acostumbra inyectarle a su liberalismo matrero, parásito, hueco?
Sostiene que su partido y el país deben “apoyar el acuerdo y buscar la verdad, la justicia y la reparación que quedaron incluidas” (en los acuerdos). Lo viene a invocar cuando tiene tan clara la plataforma de gobierno que él apoyó ante el desconcierto de sus copartidarios, muchos en la orilla distante en la que dejó a Humberto de la Calle, plenipotenciario durante las negociaciones en Cuba.
Agrega Gaviria, citado por el diario El Tiempo, que “debemos buscar los acuerdos, debemos sacar a Colombia de 70 años de guerra y reconstruirla”. Vaya estoicismo tardío y dislocado el del César.
Es curioso cómo en esta nación se elevan a las cumbres de lo público personajes de semejantes inconsistencias ideológicas y políticas. Por eso el de Colombia es un camino de tumbo en tumbo, de palos de ciego. Por eso la paz y la concordia nos quedan tan lejos, mientras capoteamos entre brumas y espejismos.
Mucho bien le haría al país que los expresidentes, todos, evitasen la tentación de rayar y corregir nuestro “ensayo sobre la ceguera”. El mejor ejemplo lo dio Belisario Betancur. Pero esa condición a Gaviria no le sienta, mientras trata de anchar el mar para su delfín.