Por david E. Santos Gómez
China viene lento, pero viene por mucho. Por todo, si es capaz de acelerar diplomáticamente mientras la política exterior de Estados Unidos tambalea por su presidente incapaz. Con movimientos estratégicos, aupados por el exponencial avance del coronavirus en el continente, Pekín quiere copar los espacios que Washington abandona mientras intenta detener la crisis interna sanitaria, económica y política en la que se ha hundido en este año.
Desde las primeras semanas de la pandemia, cuando China mostraba señales de recuperación frente al virus y el resto del mundo apenas le veía la cara de frente a la enfermedad, se habló de la “diplomacia de la mascarilla”. El propósito era (es) enviar ayuda económica y al mismo tiempo artículos de salud esenciales para enfrentar el enorme reto de un virus como no se había visto en generaciones. El resultado esperado era (es) una especie de mejoramiento en la imagen internacional del gigante asiático y, paralelamente, un claro posicionamiento geopolítico en un hemisferio históricamente volcado al norte. Los aviones cargados con suplementos médicos han aterrizado a lo largo de la región, con particular notoriedad en México, Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina.
Pero el enorme peso que China le da a la región y su mano extendida en momentos de crisis sanitaria tendrá, prontamente, un nivel más profundo. Cuando la propagación del virus logre ser controlada y lleguen las vacunas por millones -a finales de este año en algunos lugares y a principios del siguiente en otros- Pekín se establecerá como centro de préstamos para el largo proceso de recuperación económica que viene por delante. Las casillas que hoy conquista con su espaldarazo sanitario luego las ocupará con su dominio monetario. De algún lugar tendrán que salir los cientos de miles de millones de dólares necesarios para que Latinoamérica se ponga de pie y aunque ahí están los organismos multilaterales y los bancos regionales para ofrecer el cheque, China hablará más fuerte. Tiene con qué. Tiene más que casi todos.
Washington duerme. A excepción de sus aliados de siempre, entre los que se incluye Colombia por supuesto y el Brasil del errático Bolsonaro, los países de la región recalculan sus posiciones. Los tiempos que se vienen (los largos años de la pospandemia) serán complejos y obligarán a reconfiguraciones extremas. Para la mayoría, en este punto, es claro que la mano que estira China debe recibir un fuerte apretón.