La batalla del siglo no se libra en Europa, América o Asia. Tiene lugar en África. Para descubrir por qué solo hace falta echar un vistazo al flujo de las inversiones chinas en el mundo. La inmensa mayoría de ellas se concentra en el continente africano. No hay un país africano donde los chinos no tengan intereses, incluido el cuerno de África, una zona sin recursos, pero estratégica.
Mientras la mayoría de los analistas sigue el rastro a los mercados de Nueva York y Londres, casi nadie presta atención a los opacos movimientos de los préstamos exteriores chinos, que pasaron de la nada en 1998 a 1,6 trillones de dólares en 2018, cerca del 2% del PIB global, según un reciente estudio realizado por un equipo de economistas del Instituto Kiel. A tenor de este concienzudo análisis, el flujo de los préstamos está dirigido casi exclusivamente a países en vía de desarrollo y ha convertido al gigante asiático en el mayor acreedor del mundo, más del doble que el montante que prestan juntos el FMI y el Banco Mundial, según el semanario «The Economist».
Desde el triunfo de la revolución, China siempre ha utilizado los préstamos internacionales como un elemento estratégico. En los 50 y 60 del pasado siglo desembolsó fuertes cantidades en países de la órbita comunista. Sin embargo, el «boom» de la economía china en los últimos 20 años ha diversificado sus intereses, orientados sobre todo en grandes proyectos de infraestructuras, energía y minería en más de 100 países. La escasa capacidad financiera de las naciones receptoras de esta «ayuda» ha hecho que su deuda con Pekín haya pasado de representar menos del 1 % de su PIB en 2005 al 15 % en 2018, al menos en los 50 principales países deudores. Para esos gobiernos, la deuda china representa el 40 % del total de los préstamos exteriores recibidos.
Lo realmente preocupante, según desvelan los «Papeles de Kiel», es que el 50 % de esos préstamos están ocultos para las instituciones internacionales como el FMI o el BM, sobre todo en países como Venezuela, Zimbabue o Irán. Pekín nunca airea públicamente sus reclamaciones sobre esas deudas ni refleja si han sido devueltas en metálico o en «especie».
La compra del antes llamado «tercer mundo» por China ha convertido a los países emergentes y en desarrollo en víctimas propiciatorias de la política expansionista del régimen comunista. Entre todos deben 380.000 millones de dólares a China por los 246.000 millones que los mismos países en vía de desarrollo adeudan al grupo de países encuadrados en el Club de París. Entre los más expuestos están las economías vinculadas a la exportación de materias primas, de petróleo (Angola, Ecuador, Níger o Venezuela) y los Estados asociados a la iniciativa conocida como nueva ruta de la seda (entre Europa y China).
La palma se la llevan Yibuti, pieza clave en la salida del Mar Rojo al Golfo de Adén, cuya deuda solo con China supone el 100 % de su PIB. A continuación, figuran las islas de Tonga y Maldivas, con porcentajes de deuda con Pekín de casi el 40 %. La primera por ser parte de su estrategia en el Pacífico Sur, controlado de cabo a rabo por EE. UU. y Australia, donde también Vanuatu y Samoa tienen elevados créditos con China, y la segunda, por encontrarse próxima a la ruta de la seda. La lista de los 50 países más endeudados con el régimen chino se completa con una buena ristra de naciones africanas lideradas por Congo y Zambia, y las asiáticas Laos, Camboya y Mongolia.
Por ahora, China está más presente en África como prestamista que como inversor. Ese papel aún está reservado a Europa, pero su influencia en el continente que más crecerá en lo que resta de siglo va en aumento a un ritmo amenazador.