El 10 de enero de 1920 entró en vigor el Tratado de Versalles, firmado entre los países beligerantes, el 28 de junio del año anterior para poner fin a la Primera Guerra Mundial. Una confrontación que dejo 8,5 millones de militares y 6,6 millones de civiles muertos entre 1914 y 1918, además de inmensos daños materiales.
Con el Tratado, dicen los historiadores, los aliados ganaron la guerra, pero perdieron la paz. Al respecto, John Maynard Keynes se hizo famoso por sus lucidos planteamientos en un libro fruto de su experiencia como parte de la delegación del Reino Unido en las negociaciones previas al Tratado (Las consecuencias económicas de la paz). En el libro, Keynes se refería a la desmesura de las reclamaciones que se hacían a Alemania como perdedor de la guerra.
En virtud del Tratado se aisló a Alemania y el país perdió el 13 % de su territorio y el 10 % de su población. También debió dejar sus colonias y le fueron confiscadas sus armas y su marina. Las fuerzas aéreas desaparecieron. Su ejército fue reducido a 100 mil hombres. Pero, sobre todo, se la declaraba culpable y se le imponía una indemnización. Keynes tasó las demandas de los aliados en 40 mil millones de dólares y advirtió que un pago de más de 10 mil millones de dólares significaría la “destrucción de la vida económica alemana”, algo imperdonable para el pueblo alemán que antes de la guerra era el más próspero de Europa.
Y acá comienza otra historia. Antes de la guerra el marco, la moneda alemana, era convertible en oro. El marco-papel y el marco-oro eran idénticos y eran dos formas de la misma moneda. Por la guerra se da la suspensión de la convertibilidad del oro y el marco-papel pierde valor. Era una consecuencia de financiar una parte de los gastos de guerra con emisión de dinero.
Se produce un brote inflacionario por esa razón. De ahí en adelante la inflación se dispara y se convierte en hiperinflación cuando al choque monetario inicial se suma la desvalorización del marco por la debilidad de la llamada República de Weimar, el régimen político consagrado en la Constitución de 1919, que tenía quebradas sus finanzas y estaba acorralada por movimientos radicales de izquierda y de derecha.
Hasta enero de 1922, la moneda alemana se devaluó hasta 36,7 marcos por dólar. En diciembre de 1922 el dólar se cambiaba por 7592 marcos y desde enero de 1923 su caída no tuvo fin. Además, en 1922, cuando los gastos eran el doble de los ingresos el gobierno, debilitado políticamente, derogó en impuesto a la riqueza creado para ayudar a las precarias finanzas estatales que debían además cubrir las reparaciones.
El gobierno perdió la credibilidad fiscal y el banco central, al aceptar el déficit, dejó de ser definitivamente el guardián del dinero. Como resultado, en 1923 los precios se alcanzaron a multiplicar por mil millones. El banco central no dio abasto para imprimir los billetes que se requerían y surgieron las monedas privadas. Se impuso la anarquía monetaria y la economía poco a poco se paralizó, el desempleo aumentó y se interrumpió el abastecimiento de alimentos a las ciudades por el temor de los campesinos. Alemania estaba en la ruina como vaticinó Keynes.