El lunes pasado se celebraron los ciento cuarenta años de vida del Museo de Antioquia. Más de un siglo de vida cultural no es fácil de conseguir, gracias al empeño de sus fundadores, del apoyo de la empresa privada, de la Sociedad de Mejoras Públicas, de los líderes cívicos y de sus magníficas administraciones, se ha conseguido esta supervivencia como ejemplo y para seguir adelante.
En 1881 se creó el museo y biblioteca. Entre sus fundadores están el médico Manuel Uribe Ángel, Antonio José Restrepo y el coronel Martín Gómez, quienes buscaban un espacio para la educación y la cultura. Su visión educativa ha perdurado y seguirá para el bien de las generaciones venideras.
Como acto central de la celebración se entregó el mural del maestro Fernando Botero, pintado en sus primeros años de vida artística y que fue trasladado con un gran esfuerzo y técnica al sitio que hoy ocupa para admiración de los visitantes.
Medellín, gracias a las administraciones del museo y al desprendimiento y amor por la ciudad del maestro Fernando Botero y de su familia, hoy puede mostrarse como una ciudad cultural de talla mundial. No son exageraciones de antioqueño, ni cañas de un enamorado de Medellín. Es la realidad.
Ninguna ciudad del mundo tiene un espacio como la Plaza Botero, con 23 esculturas monumentales de un artista de prestigio global, que las regaló y se encargó de diseñar los pedestales para cada una de ellas, señalar para donde debían orientarse y, además, trasnocharse, en una noche lluviosa, para vigilar el montaje de las 23 esculturas. En el museo puede decirse lo mismo, el maestro señaló donde debían ir sus pinturas y esculturas, la altura, la iluminación, todo para tener ahora lo que se ha convertido en orgullo para los antioqueños y en un sitio para la cultura y la educación de la niñez y juventud de la ciudad.
Me parece que los habitantes de Medellín no han alcanzado a dimensionar lo que nos regaló el maestro Fernando Botero, no se han dado cuenta de que, en el mundo, podemos mostrar la riqueza que tiene la ciudad con su esfuerzo, el apoyo de la empresa privada y el empeño de las administradoras del museo a quienes aprovecho para agradecerles y felicitarlas por el cumpleaños que ahora celebramos. Damos las gracias a las Empresas Públicas de Medellín que vendieron por un peso el edificio que hoy ocupa el museo, al arquitecto Tulio Gómez Tapias, quien, sin recibir un solo peso, dedicó todo su tiempo para la adecuación del edificio. Merecen también las felicitaciones de la ciudad, los empleados y servidores del museo, que, con su esfuerzo y empeño, llevan este lugar de la cultura de Medellín a su punto más alto.
Todo ha sido un monumental esfuerzo de los antioqueños, de su clase dirigente, de sus empresas, de sus habitantes. Hoy podemos sentirnos orgullosos, después de ciento cuarenta años, de lo que se ha hecho por la educación de la ciudad.
Gracias nuevamente a las gerentes que han mantenido el museo en lo más alto y gracias también, a todo el personal que labora en él para orgullo nuestro