Por Agostinho J. Almeida
Algunas empresas líderes en tecnología se refieren a las ciudades inteligentes como zonas urbanas que aprovechan las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) para optimizar el uso de la información interconectada con el objetivo de aumentar la eficiencia, reducir costos y, en última instancia, mejorar la calidad de vida. Por ejemplo, cámaras interconectados para mejorar la movilidad o el uso de la geolocalización de aplicaciones de celulares durante la pandemia para mejorar las medidas preventivas o las respuestas de los servicios de salud. Sin embargo, hay otras formas más centradas en los ciudadanos para caracterizar una ciudad inteligente: algunas personas se refieren a ciudades modernas, conectadas, seguras y limpias; otras podrían pensar en movilidad eficiente; o simplemente ciudades con servicios públicos básicos accesibles (por ejemplo, poder beber agua del grifo sin miedo a enfermarse).
No obstante, yo diría que hay dos factores adicionales a tener en cuenta para que una ciudad sea realmente inteligente. Por un lado, la claridad de que no depende solo del hardware y software; los conceptos en torno a la gobernanza de la tecnología serán siempre una pieza esencial del rompecabezas. Recientemente, el G20 (que reúne gobiernos y bancos centrales de 19 países más la Unión Europea) lanzó una alianza con el Foro Económico Mundial que une a más de 200.000 redes, ciudades, empresas, centros de investigación e innovación y organizaciones de sociedad civil con el objetivo de construir una hoja de ruta global de políticas públicas para el uso responsable y ético de las tecnologías de ciudades inteligentes. Medellín y Bogotá -junto con otras 4 ciudades de América Latina- acaban de unirse a esta Alianza del G20 y buscarán generar lineamientos en temas como equidad, inclusividad, privacidad, transparencia, seguridad, o sostenibilidad (recomiendo la nota de El Colombiano del 7 de enero sobre ciudades inteligentes con Andrés Arias, líder de IoT y ciudades inteligentes del C4IR.CO).
Por otro lado, considero que una ciudad, región o país inteligente dependerá mucho de un factor: ciudadanos inteligentes. Podemos desarrollar e implementar tecnología, infraestructura o servicios de avanzada, pero nada de esto, a la larga, marcará la diferencia si como ciudadanos no hacemos nuestro papel. La cultura, la educación y el comportamiento son claves para ello, así como los principios de vivir en sociedad. Los agrupamientos y las celebraciones que han ocurrido durante las últimas semanas son, como mínimo, espantosas. Las UCI, medicamentos y hospitales ya no pueden hacer frente al aumento de pacientes con Covid, por no hablar del resto de pacientes que requieren asistencia. Más allá del impacto en la capacidad de respuesta de los servicios de salud, esto tiene un detrimento en el proceso de reapertura y recuperación económica que tanto necesitamos. Sí, es cierto que 2020 se fue completo bajo condiciones sociales difíciles. Y sí, probablemente pasará otro año hasta que volvamos a alguna forma de normalidad, independiente de las excelentes noticias del plan de vacunación del Gobierno Nacional. Pero debemos entender que nuestras decisiones y comportamiento impactan la ciudad en la que vivimos. No importará cuán inteligente sea la ciudad si como ciudadanos no estamos a la altura de la ocasión