Síguenos en:
Elbacé Restrepo
Columnista

Elbacé Restrepo

Publicado

CON EL ALMA SONROJADA

Por Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

El trayecto es el mismo cada día, porque a pesar de los insistentes planes de seguridad que invitan a cambiar las rutinas diarias para evitar atracos y esas cosas malucas, prefiero los viejos caminos conocidos, por las aceras de siempre, cuando voy a la estación del metro más cercana, al café o a cualquier lugar del barrio. Y todos los días, a mañana, tarde o noche, en una de las bancas de cemento de las que se han apropiado los vendedores de limones, aguacates y cachivaches, me encuentro un hombre que intenta ocultar su dignidad detrás de una bolsa llena de confites, que ofrece con un sonido gutural, sin letras, sin palabras ni frases enteras.

Y ni falta que hacen, porque sé exactamente lo que quiere. La economía del confite, me he dicho muchas veces, tantas como me he preguntado por qué no trabajan, sin conocer su “detrás de cámaras” ni el drama que puede significar sobrevivir con esa actividad. Traduzco el sonido gutural del hombre sin rostro e intuyo que dice: “buenos días, ayúdeme por favor”, pero yo solo respondo “no, gracias”. ¿Cómo que “no, gracias”? Y reconfirmo que poco o nada nos conmueve ya. ¡Golpe al ego de quien se cree muy compasiva!

Sigo mi camino, con el alma sonrojada, sin reparar en su rostro vencido ni revisar en mis bolsillos. En parte, porque me ha calado hondo aquello de no fomentar la mendicidad, y en parte porque allí hay otro, y otros, algunos con niños en su regazo, y “no me dan las tajadas”, como dicen algunos jóvenes ante la falta de plata, a veces de ganas o de perrenque. Así justifico mi indiferencia, ¿o será mi impotencia?, mientras siento que su mirada me destroza y me estruja las entrañas, porque tal vez he desayunado de más o por ir con paso firme a un lugar que me depara una compra que he tenido la fortuna de poder hacer durante toda mi vida. Creo morir de vergüenza ante esta cruda indolencia de la que estamos hechos los seres humanos, porque no estoy sola en esto, y perdón por repartir las culpas, pero casi siempre me acompañan los mismos con la misma ceguera, la misma sordera y la misma apatía.

Con todo lo poco musical que soy, busco en mi disco duro una canción que se me pega de los labios, me atraviesa el pensamiento y me revuelca por dentro: “Yo sé / que la calle está dura / pero ya cambiará. / Por eso nada impide que repita / que la vida es bonita y es bonita / Vivir / sin sentir vergüenza de vivir feliz / Y aunque todos se opongan / tratar de reír...”. Suena muy contradictorio Lavoe. Sobre todo, cuando en apenas media cuadra hay cinco o seis personas que confirman, sin lugar a dudas, que la calle está dura, muy dura.

¿Cómo venderles ese discurso de que la vida es bonita, muy bonita? No lo sé, Héctor, no lo sé. Solo sé que “hay un puño que aprieta mi corazón”.

Porque entre varios ojos vemos más, queremos construir una mejor web para ustedes. Los invitamos a reportar errores de contenido, ortografía, puntuación y otras que consideren pertinentes. (*)

 
Título del artículo
 
¿CUÁL ES EL ERROR?*
 
¿CÓMO LO ESCRIBIRÍA USTED?
 
INGRESE SUS DATOS PERSONALES *
 
 
Correo electrónico
 
Acepto Términos y Condiciones Productos y Servicios Grupo EL COLOMBIANO

Datos extra, información confidencial y pistas para avanzar en nuestras investigaciones. Usted puede hacer parte de la construcción de nuestro contenido. Los invitamos a ampliar la información de este tema.

 
Título del artículo
 
RESERVAMOS LA IDENTIDAD DE NUESTRAS FUENTES *
 
 
INGRESE SUS DATOS PERSONALES *
 
 
Correo electrónico
 
Teléfono
 
Acepto Términos y Condiciones Productos y Servicios Grupo EL COLOMBIANO
LOS CAMPOS MARCADOS CON * SON OBLIGATORIOS
Otros Columnistas