No quisiera escribir sobre el chico de 14 años que mató a dos personas hace algunos días en Medellín. Llevo horas luchando contra el tema, pero el tema me revuelve el corazón, la cabeza y el hígado. No sé si es un caso aislado, ojalá; pero algo me dice que no lo es. Quizá no sea el único chico en el mundo (cosa que me cuesta creer) que a esa edad ya ha matado a 10, cifra que dio el fiscal general de la Nación; pero, si otros chicos también lo hicieron, no es razón para que lo dejemos pasar. Es que llevamos años dejando pasar las cosas, con la cabeza dentro de la tierra como el avestruz, y el asesinato se nos está volviendo algo natural. Y no es natural.
Esta ciudad contaminada, insegura, agresiva, bulliciosa, exhibicionista, ilegal, contrabandista, a punto de estallar y al mismo tiempo moralista (qué paradójico) está a un paso del precipicio (los pesimistas aseguran que ya cayó en él). Pero el vértigo de la vida cotidiana, el apremio por conseguir metas, el afán de ganarle a la competencia, la necesidad de sobrevivir en la selva de cemento, la urgencia de rendir cuentas e informes inflados y llenar formatos de calidad o autoevaluación, impiden detener la vida para reflexionar. La última vez que la sociedad hizo alguna manifestación ante la ciudad violenta fue por el asesinato del diseñador Mauricio Ospina. Antes de eso habían desaparecido, y después hallados muertos, tres jóvenes en la Comuna 13. Ahora, el otro lado de la historia, la de un asesino, tan demoledor y dramático como la de los asesinados, nos devela nuevamente el fracaso moral engendrado desde hace años. Dizque llevamos lustros tratando de salir de la herencia narcosicarial, pero este totazo demuestra la fragilidad del proceso por la atención puesta en el maquillaje que logra la publicidad, los jingles, los alegres videos y las fotografías coloridas.
Pienso en la vanagloria de esta ciudad que se jacta de un montón de cosas de tercera categoría, envanecida por la cosmética de avenidas, jardines, rascacielos y tranvías, cuando tiene las vísceras podridas. Cuánto no darían las mamás del diseñador, de los tres jóvenes y de este niño de 14 años (hay mil casos más) por no tener a sus hijos en un cementerio ni en una cárcel de la ciudad más innovadora del mundo.