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La Constitución Política Colombiana de 1991, como prácticamente todas las constituciones de los países latinoamericanos, se construyó bajo las orientaciones de la denominada escuela del constitucionalismo populista, llamada así, porque su núcleo esencial se integra por una serie de normas que buscan cumplir el papel esencial de inclusión y unificación de los miembros de una sociedad civil desarticulada, que carece de instrumentos adecuados para solucionar su propias diferencias, de manera que la Carta se convierte en el punto de referencia y centro principal para atender las necesidades y esperanzas de la comunidad. En síntesis, la Constitución se integra con disposiciones orientadas a dar repuesta a todas las exigencias del grupo social.
El Texto constitucional, en su forma de redacción, en sus mecanismos de eficacia simbólica, asume medidas de protección para no ser tachada de demagógica. Desde la doctrina aristotélica, la concepción populista, no necesariamente se toma en términos peyorativos, pues busca responder de manera positiva a las expectativas de los individuos, lo que no sucede con el texto o ideología demagógicos, que se caracterizan por prometer atender las esperanzas y deseos, a sabiendas de que ello no será posible.
Diferente al constitucionalismo populista es el populismo constitucional, que consiste en utilizar el texto de la Constitución, sus mensajes y su orientación, para desarrollar campañas políticas que se caracterizan por usar las instituciones estatales para fines meramente oportunistas, personales, desorientadores y aún, anárquicos. Esta parece ser la situación que se presenta en el país con el proyecto orientado a disponer que se puede ser congresista a partir de los 18 años de edad, sin ninguna otra exigencia adicional.
Desde el punto antropológico, sicológico y social, habría que preguntarse qué tan seria es una propuesta de esta naturaleza. No se trata de desconocer, ni desestimular el legítimo y necesario derecho de los jóvenes a participar en política, por el contrario, se busca estimular dicha participación, pero en forma responsable y ordenada. Por ejemplo, un joven de 18 años, antes que aspirar a ser congresista, debe haber aprendido y vivido lo que significa la responsabilidad política. El quehacer de la política, como cualquiera otra actividad humana, debe llenar etapas, procedimientos de preparación y experiencias de manejo, para lograr que efectivamente el joven pueda intervenir en los asuntos públicos, con seriedad y con responsabilidad.
Deben expedirse regulaciones para hacer que los jóvenes, antes de aspirar a una curul en el Congreso, hayan participado en instancias previas, como congresos de juventudes, juntas administradoras locales, concejos distritales y municipales y aún en asambleas departamentales, pero hacerlos llegar al Congreso de la República sin preparación académica, social, sicológica y ética suficientes, es crearles espacios de frustración y decepción. Un jovencito de 18 años votando leyes sobre asuntos tributarios, estructura de la administración pública, escalas salariales, tratados internacionales y otros tantos temas, sin tener la madurez y el conocimiento mínimos sobre los mismos y sobre sus implicaciones internas y externas, no podrá realizar su sueño de participar en política
