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Corrupción, demagogia y tiranía

Por Luis Guillermo Vélez Álvarez - redaccion@elcolombiano.com.co

El pueblo no se irrita tanto por estar alejado del gobierno —al contrario, incluso se alegra de que se le deje dedicarse a sus asuntos privados— como por creer que los magistrados están robando los bienes públicos, porque entonces le molestan ambas cosas: el no participar de los honores y de las ganancias.

Aristóteles, Política

Desde hace décadas la lucha contra “el cáncer de la corrupción” ocupa el centro del debate político en las democracias occidentales. Aunque esa “lucha” eventualmente da lugar a reformas institucionales para mejorar la calidad del gobierno, es más frecuente que sea un mero medio de acción de los políticos para alcanzar el poder. La denuncia de la corrupción y la de la pobreza y la desigualdad conforman el coctel ideológico con el cual los demagogos de todos los partidos abrevan las huestes populares para lograr su respaldo.

Es probable que la corrupción afecte episódicamente el crecimiento económico, pero es un hecho que no lo impide de forma absoluta. Si fuera así, Colombia y la mayoría de los países del mundo estarían sumidos en el estancamiento secular o, incluso, habrían retrocedido a formas primitivas de producción y consumo. Contra todas las apariencias, tampoco hay evidencia de que la corrupción afecte de forma duradera la distribución del ingreso y la riqueza ni que sea la causante de la pobreza.

La corrupción afecta la calidad del gobierno al permitir que a los puestos públicos de todos los niveles lleguen personajes ignorantes y mediocres que no tienen en su haber merecimiento distinto que hacer parte de la clientela de algún dirigente político. Esta es, probablemente, una de las formas más extendidas de corrupción política, que en general es bastante tolerada, pues la gente encuentra natural favorecer a los amigos y asociados antes que a los desconocidos y rivales.

A diferencia de las relaciones de mercado que tienden a ser impersonales, la relaciones con los organismos del gobierno y en el interior de ellos suelen estar basadas en el conocimiento personal, la estima, la amistad o el favorecimiento mutuo. Lo asombroso, en realidad, es que el funcionamiento del gobierno como organización impersonal se haya presentado en algunos países y en algunos momentos de la historia.

En la Política, el que sigue siendo el más espléndido tratado de ciencia política, Aristóteles plantea que la corrupción amenaza siempre la supervivencia de los regímenes políticos y, con frecuencia, es causa eficiente de su destrucción. Los hombres se corrompen, dice el estagirita, y por eso es importante, en todo régimen político, “que las leyes y el resto de la administración estén organizadas de modo que no sea posible que las magistraturas sean fuente de lucro”. Cuando esto no se logra y el pueblo cree que los magistrados están robando los bienes públicos, irrumpen los demagogos. El problema radica en que “la mayor parte de los tiranos antiguos han salido de los demagogos”.

Y también los modernos. Demagogos fueron Hitler, Mussolini, Castro y Chávez. También lo son Rodolfo Hernández y Gustavo Petro 

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