Por Carlos Alberto Giraldo M.
El argumento de la baja letalidad del nuevo coronavirus, el 19, se cae a medida que se descubren las progresiones de la expansión del mismo y el desconocimiento y debilidad de los sistemas de salud para detectarlo y contenerlo.
Basta leer fuentes médicas serias en los medios europeos para entender que ya puede estar “dormitando” en una población de infectados que triplica la de los casos comprobados y reportados: hasta ayer sábado, la cifra mundial de casos verificados oscilaba entre 100 mil y 110 mil, según los inventarios, muchos desactualizados y otros imprecisos.
Los seguimientos a la mortalidad del virus permiten sostener, por ahora, que de cada 1.000 personas infectadas fallecen 10, lo que equivale al 1 % de letalidad. El problema actual es la expansión de la enfermedad con progresiones no determinadas debido, además, a que hay portadores “sanos” que no desarrollan síntomas y se la pasan como regaderas (involuntarias y desconocidas) del Covid-19. Es decir, mientras cumplen su actividad diaria, en “condiciones normales de salud”, dejan una estela de infectados sin precisar.
No se ha explicado tampoco que un diagnóstico serio de la enfermedad es costoso y paciente. Por las pruebas, por los recursos hospitalarios que involucra y por las condiciones subsiguientes de aislamiento y control que requiere. La racionalidad es sencilla: a medida que crezca el número de infectados será mucho más difícil garantizar pruebas, diagnósticos, atención y seguimiento hasta la desaparición del virus en el paciente, para que deje de ser un agente de contagio.
Basta pensar que si en Italia, España y Alemania, por ejemplo, hay preocupación por la invisibilidad de cientos de infectados, incluso con sistemas de salud capaces de generar una incipiente cultura de prevención y alerta, con una mayor disciplina social y sistemas de comunicación virales para difundir recomendaciones, qué podemos proyectar del comportamiento de las autoridades sanitarias y los sistemas de salud nuestros, precarios, descoordinados y en medio de la habitual improvisación institucional, luego agravada por la actitud despreocupada o plagada de ignorancia de la ciudadanía.
La gran expectativa es el desarrollo pronto de una vacuna eficaz. El resto son las cartas que cada país tiene para jugar una partida contra un rival del que se sabe poco, aunque ya hay virólogos que dictan cátedra desde los manuales pre-existentes, no sobre la base de información fiable y contrastada de los comportamientos y alcances específicos del Covid-19. No se trata de miedos y pánicos infundados, sino de la realidad vertiginosa con que el virus está cruzando fronteras y que a la vez que suma más infectados sumará más víctimas, así mantenga su menospreciado, por algunos médicos tropicales, 1 % de letalidad.