Día a día recibimos boletines actualizados de cómo avanza la propagación del coronavirus en el mundo y en nuestro país. Tres datos en concreto han copado la atención de los medios de comunicación y de la ciudadanía: número total de infectados, casos nuevos de infectados y número de muertes. Y no es para menos, este es un problema de salud pública y no hay nada más importante que la vida. Estos son y seguirán siendo indicadores importantes tanto para el Gobierno como para toda la sociedad, y seguramente de acuerdo con su comportamiento se seguirán tomando decisiones.
Pero es demasiado reduccionista –incluso me atrevería a decir que es demasiado ingenuo– pensar que estos son los únicos riesgos que hay que abordar. El panorama revelado por el Dane el pasado viernes nos muestra aterradoras cifras de desempleo como consecuencia de la pandemia. Cifras que comienzan a reflejar los graves efectos en la economía que desprenden inmensos dramas sociales para millones de familias colombianas. Para abril la tasa de desempleo se ubicó en 19,8 %, mientras que en el mismo mes de 2019 era de 10,3 %. Esto en todo el territorio nacional. Y si tomamos solo las 13 principales ciudades del país, la realidad es mucho más desalentadora: 23,5 % de desempleo en abril, comparado con 11,1 % en abril del año pasado.
Pero definitivamente la cifra que más tristeza y terror genera, al analizar esta catástrofe social, es que solo en este abril que acaba de pasar, 5,3 millones de personas se quedaron sin ingresos. Las cifras de mayo mostrarán un aumento de al menos 6 millones más de desocupados (sumando abril y mayo). Seis millones de personas que se quedan sin ingresos. Lo más grave de todo es que estamos frente a una situación donde la incertidumbre marca la agenda, pues es imposible saber hasta dónde llegaremos.
¿Serán el hambre y la pobreza un mayor factor de muerte que el coronavirus? Esperemos que no. Existe el deber y la obligación de reaccionar y evitar que los efectos sean todavía más profundos y dañinos. Y estos datos, que más que datos son dramas de millones de personas y familias, tienen que llevarnos a entender que esto no es un juego, que la economía es muy importante y que de ella también dependen vidas.
Es inaudito y duele ver cómo algunos sectores políticos han llegado al límite de lo absurdo, del oportunismo y del populismo, al contrariar cualquier decisión que tienda a dinamizar la economía de forma responsable, entendiendo los retos en salud y buscando evitar que se pierdan más empleos. El dolor que hoy viven tantas familias que se quedan sin ingresos para llevar alimentos a casa y sacar adelante a sus hijos, debería ser motor suficiente para dejar a un lado los egos y las ideologías, y aceptar que es necesario un balance entre encierro y reactivación económica. No se trata de ser pesimistas, sino realistas: las capacidades del Estado son limitadas y la mejor opción es buscar el equilibrio.
Cuando los peores efectos están por verse, es más que urgente entender que hay que cuidar tanto la salud como la economía, representada en las formas de subsistencia de millones de hogares. De acuerdo con las nuevas decisiones del gobierno nacional y las que tomarán los alcaldes, en las cuales se dará reapertura gradual de diferentes sectores y menos restricciones para la movilidad, la responsabilidad también recae sobre nosotros como ciudadanos. Debemos tener disciplina social, poner en práctica la cultura ciudadana y demostrarnos a nosotros mismos que, a pesar de la incertidumbre, vamos a construir confianza y tejido social.