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Diego Aristizábal
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Crudo, fácil y simple

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Reconozco que no es mi escritor favorito, pero no pude resistirme ante la biografía de Charles Bukowski escrita por Barry Miles, el mismo que escribió Bob Dylan visto por sí mismo, Los Beatles, día a día y la biografía autorizada de Paul McCartney. Apenas la abrí no pude parar: “Charles Bukowski dio voz a los desheredados, los marginados, los incapacitados, los dementes, los obreros, los borrachos y los rebeldes. Se propuso escribir siempre con claridad para que la gente supiera exactamente lo que decía (...) En cierta ocasión le dijo a Jean-François Duval: “Me gusta crudo, fácil y simple. De ese modo no me miento”.

En dos días me devoré el libro, conocí mejor a ese escritor que veía con recelo porque siempre me lo referenciaban personas que creen que la literatura se hace en los bares donde las ideas se diluyen en alcohol; sin embargo, Bukowski es más que eso. Cuando Hank, como le decían, descubrió la biblioteca pública La Ciénaga, leyó a Upton Sinclair, Sinclair Lewis, D.H. Lawrence, Hilda Doolittle, Aldous Huxley, Dos Passos, Hemingway, Saroyan, Turguénev, Tolstoi, Dostoievski y se convirtió en el gran admirador, al igual que Faulkner, de Sherwood Anderson. Como él mismo expresó, de no haber sido por esos libros, hubiera matado a su padre. “Un buen libro puede hacer llevadera una vida insoportable”.

La primera revista que publicó un relato suyo fue Story. Tenía 24 años. Una agente literaria se puso en contacto con él con el fin de hacerse cargo de su obra futura. Él la rechazó: “No estoy preparado todavía. Solo se me ha ocurrido un relato por casualidad... y es un relato malo”, afirmó. Nadie fue más crítico de su obra que él mismo. Hank creía que necesitaba tiempo para conseguir hacer algo que valiera la pena y estaba convencido de que la única forma de lograrlo era la pobreza. Creo que nadie como él la disfrutó, al menos por un largo tiempo. Buscaba sitios de mala muerte para vivir y cuando se quedaba sin dinero solía buscar un empleo provisional que no le implicara mucho esfuerzo. Con cada nuevo trabajo entraba en otro mundo. Y luego ese mundo se volvía literatura, literatura que, por fortuna, fue reconocida por John Martin, editor de Black Sparrow, quien fue su mentor y lo libró, en parte, de la miseria.

Bukowski asumió las peleas como parte de su vida, le encantaban, hasta el punto de que adulto las buscaba en todos los bares. Creía que eran una forma de comunicación, “si no puedes amarme, al menos reconoce que existo. Pelear es ese reconocimiento”. Esta biografía, intensa y sincera, me hizo pensar que si me gusta leer es porque adoro hacer feliz a mi humanidad interior, y esa humanidad también está repleta de malos vicios, de mañas que tienen que ser alimentadas de historias diversas, incómodas y complejas que ayudan a comprender

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