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¿Cuál es el empeño en el continuismo?

Por Carlos Alberto Giraldo M.

carlosgi@elcolombiano.com.co

Pareciera que la millonaria inversión publicitaria que se criticó al gobierno de Federico Gutiérrez se hubiese trasladado y clonado en su estilo y desproporción, en la campaña del candidato Santiago Gómez, el que invita a votar por “la continuidad”. “El de Fico”.

Fue particularmente abrumador el despliegue de propaganda, en todos los formatos, de quien era llamado y visto en los medios políticos como “el poder” en la trasescena de la administración saliente. La extravagancia publicitaria fue tal, aunada a una conducta de supuestas presiones sobre contratistas y otros actores sociales que gravitan en torno a la Alcaldía, que por eso el Consejo Nacional Electoral (CNE) abrió investigación.

Pero las conductas inquietantes no solo fueron en torno a una campaña más basada en una avasalladora maquinaria propagandística, que en las ideas y los programas, sino que empieza a llamar poderosamente la atención cuál es la obsesión por retener el poder local con los mismos cuadros y cuadrillas en cargos estratégicos de control político.

Se abren preguntas sobre si hay algo más allá de darle continuidad a muchas políticas que funcionaron bien, garantizando el avance de la ciudad, o si también hay algún afán por tapar otras, con resultados financieros y sociales precarios y manejos administrativos deficientes, muy en la línea delgada que traza la frontera entre lo correcto y lo incorrecto.

Federico Gutiérrrez fue un alcalde de la calle, de los hechos diarios, de las emergencias, de “echar pata” en mangas de camisa, de atender compromisos comunitarios, y otros nacionales e internacionales. Tantas ocupaciones tal vez hayan menguado su capacidad de gobernar hacia adentro de su gabinete. Y se sabe quién fue el dueño de ese rol.

La continuidad debe ser la promesa, vaya paradoja, de la discontinuidad: de que haya un candidato con un estilo fresco, que sea él, no que sea simplemente un calco de la promesa de un plan de gobierno que ya termina. Debe ser algo más que la erección de un jefe que simplemente supo controlar los hilos de los programas y de las contrataciones municipales.

No tiene mucho arte en el gobierno, en el manejo de la cosa pública, para asumir una ciudad de las complejidades de Medellín, haber sido solo quien ejerció el mando interno en “ausencia” del otro líder carismático y trabajador que no paraba en la oficina por estar escuchando a la gente.

Vendrá ahora el tiempo en que todas esas intenciones y procesos se decanten. El nuevo alcalde tendrá la tarea de revisar a fondo todo cuanto haya ocurrido en el amarre de las cuerdas con que se han querido izar las banderas de “la continuidad”.

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