Por Agostinho J. Almeida
PhD significa “Doctor en Filosofía” y es el título universitario más alto que otorgan las universidades después de un curso de estudio o investigación original y puede otorgarse desde múltiples campos de conocimiento. En diversas ocasiones, directores ejecutivos, gerentes de recursos humanos y líderes de reclutamiento me han preguntado por qué hice un doctorado y cómo eso agregó valor a mi desarrollo profesional y personal. A lo largo de los años, la respuesta a esa pregunta se ha vuelto para mí cada vez más clara y, como en muchas otras cosas, hay que vivirla para conocerla. Pero primero aclaremos un par de cosas.
Un doctorado no se hace por el estatus. Fuera del mundo académico o de investigación, tener un doctorado generalmente no aumenta la probabilidad de conseguir un empleo o un aumento de sueldo. Un doctorado no lo hace a uno más inteligente ni mejor que los demás. Ser estudiante de doctorado significa trabajar siete días a la semana, jornadas de 10 a 12 horas, salario bajo y perspectivas inciertas; por lo tanto, como mano de obra generalmente son considerados baratos y altamente motivados para realizar investigación o docencia y uno de los pilares para generar conocimiento en el mundo académico. Y el título en sí y ser llamado “doctor” está sobrevalorado (por cierto, en algunos entornos a todo el mundo se le llama doctor). No me entiendan mal: poder hacer un doctorado es definitivamente una gran oportunidad para desarrollarse y expandir horizontes. El problema es que muchas personas lo hacen sin claridad de los retos y beneficios reales.
Volviendo a la pregunta inicial tantas veces planteada por los reclutadores “¿cómo un doctorado ha agregado valor a mi desarrollo profesional y personal?”; sí, porque como ya vieron el título en sí no es el valor agregado. Primero, aprender a gestionar recursos: personas; materiales, equipos e infraestructura; dinero; y tiempo. Y sin ningún tipo de entrenamiento formal en gestión. Segundo, desarrollar un plan, centrarse en objetivos específicos y estar orientado a los resultados. Tercero, aprender a hacer conexiones y encontrar oportunidades donde la mayoría ve problemas. Cuarto, adquirir la capacidad de comunicarse con diferentes partes interesadas. Finalmente, la oportunidad de desarrollar la empatía, la camaradería y el trabajo centrado en el ser humano.
Yo estoy muy orgulloso de ser doctorado. Como con todo lo que hago, invertí mi corazón y mi alma en ello. Requirió mucho trabajo y dedicación y fue una oportunidad para generar y compartir conocimiento. Me enseñó a ser humilde y trabajar en equipo, pero también a enfrentarme a los matones y luchar por lo que es correcto. Fue un momento único que pude vivir y la persona y profesional que hoy soy refleja esos aprendizajes. Sin embargo, como con todo lo demás en la vida, depende principalmente de uno mismo para aprovecharlo al máximo. Sé que muchas veces el corazón y el alma no son suficientes para lograr que las cosas pasen (la suerte, en el momento y el lugar adecuados, puede ser un factor decisivo), pero sin ese nivel de dedicación, será difícil alcanzar los sueños a los cuales uno se propone.