Por Carlos Alberto Giraldo M.
Recuerdo cuando en mi infancia en alguna notaría, almacén, o en el colegio mismo, les preguntaban con solemnidad a las mujeres, entre ellas mi madre:
-¿Profesión que desempeña?- Y respondían con presteza y orgullo: “Ama de casa”.
Era una afirmación noble, pero que encerraba las limitaciones del mundo en aquella época para muchísimas mujeres. De un imaginario tan amoroso y generoso, como reducido y asfixiante: el del hogar y la rutina de sus tareas. Entrañaba también el encogimiento de sus posibilidades de realización, tan infinitas como las de mi padre y los demás hombres allá afuera.
Gloria no quiso quedarse encerrada en la casa. Hizo cursos de manualidades y cuanta cosa le ajustaba a sus oportunidades y las del momento de nuestra historia familiar. Se emancipó. Una liberación bastante limitada e incompleta, pero en camino ascendente, en un tránsito que ahora tantas mujeres disfrutan y defienden. Ser “amas” solo en un reino de cuatro paredes era un título bastante engañoso.
De aquel mandato, que incluso se cultivaba en los discursos del púlpito y la estancia patriarcal de una sociedad pacata, ellas se han ido zafando paso a paso, cada vez con un ritmo más veloz: se ve lejos y borroso, en especial en las capas medias y altas citadinas, el decálogo según el cual los hombres eran dueños del escritorio, el lapicero y la chequera, y ellas herederas silenciosas del delantal, los tendidos y el libreto de la crianza. La maternidad ya no se confunde más con la imposición de un servicio doméstico resignado, unilateral.
Pero aunque el mundo viaja a las velocidades de la internet y los grandes centros urbanos, en la ruralidad de América Latina y de otros rincones del planeta, en un atraso casi feudal, esa imagen de empoderamiento y autonomía apenas asoma. La cosecha de luchas por la igualdad tiene frutos en muy pocos canastos.
Incluso en los barrios más populosos, de mayores limitaciones económicas, la desigualdad no es solo social, también, claro, lo es de género. Por eso es necesario alentar, irrigar desde el Estado y los programas de responsabilidad empresarial, cualquier esfuerzo enrutado a concientizar a las mujeres de su poder impresionante. Contra todo y que de este lado nos cueste tanto aceptar un escenario generalizado de igualdad. Las limitaciones o los talentos son de los seres humanos, no de un género en particular.
Es precario y estrecho hablar en este espacio solo de una faceta fundacional de esta liberación de quienes ahora compiten sin complejos por liderar y conducir el mundo. Este es un primer campanazo. Como cuando Gloria le advirtió a mi padre, muy en serio: “a mí no me vas a dejar encerrada en la casa”. Desde entonces, aprovecho para verla sin falta a la hora del almuerzo, porque el resto del tiempo ella lo pasa haciendo su vida.